Mario Benedetti: la voz de todos

25 de septiembre de 2014

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Euda Luisa Toural

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Literatura, Mario Benedetti, Uruguay

algo contigo

“Cuando me entierren / por favor no se olviden / de mi bolígrafo”
(Rincón de haikus)
Mario Benedetti

 

El 18 de diciembre de 2007, en la sede del Paraninfo de la Universidad de la República, en Montevideo, Uruguay, Mario Benedetti recibió la Orden Francisco de Miranda, en su Primera Clase, la más alta distinción que otorga el gobierno venezolano por el aporte a la ciencia, la educación y al progreso de los pueblos.

En enero de 2008, un mes después, el Fondo Cultural de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) anunció en la voz del presidente venezolano Hugo Chávez, la entrega en su primera edición del Premio ALBA, en su categoría Premio Literario, para Benedetti con el objetivo de reconocer y destacar a aquellos creadores que hayan consagrado su vida y obra a engrandecer el patrimonio literario y artístico de nuestra América. Un año más tarde, el 17 de mayo de 2009, la muerte se llevó a ese señor de mirada dulce, casi paternal.

El 14 de septiembre habría cumplido 94 años “el poeta predilecto de los jóvenes latinoamericanos”, sirva retomar estos apuntes para homenajear su memoria.

Durante su larga carrera literaria se encontraron continuamente “el hombre de acción y el intelectual”, como titulara su trabajo presentado en el Congreso Cultural de La Habana y que evidencia la realidad de su vida, donde la literatura en sus más variados géneros y la actividad política han mantenido una sólida interrelación nutriéndose constantemente una de la otra.

Su obra, criticada por algunos y ovacionada por muchos, más que un fenómeno literario constituye un fenómeno de masas. La idiosincrasia, la alegría y el sufrimiento, las creencias… la historia de América Latina se reflejan en ella como en un espejo donde los géneros se entremezclan para conseguir el objetivo final: comunicar, denunciar, reflexionar sobre nuestra realidad como continente. Esto lo convirtió en un cronista de nuestro tiempo; su principal tarea es contar, ya sea en una novela versada o en sus “conversaciones poéticas”, que eximen la rima y la perfección estilística; testimoniar la vida diaria llena de detalles aparentemente insignificantes, emociones ilimitadas y sufrimiento del hombre latinoamericano, en un lenguaje autóctono, constantemente cambiante y, por tanto, imposible de encasillar, pleno de neologismos y frases cotidianas, imperfecto como el propio ser humano, voluble como nuestra naturaleza.

 

“(…) siempre me aconsejaron que escribiera distinto/ pero he decidido desalentar/ humilde/ y cautelosamente a mis mentores.

En consecuencia seguiré escribiendo/ igual a mí o sea/ de un modo obvio irónico terrestre/ rutinario tristón desangelado/ (por otros adjetivos se ruega consultar/ críticas de los últimos treinta años)/ y eso tal vez ocurra porque no sé ser otro/ que ese otro que soy para los otros.”

 

La obra de Benedetti toma como punto de partida al montevideano de clase media en su cotidianidad y lo vuelve universal a través de sus temas. Usa una estrategia: el coloquialismo, la sencillez, establece una comunicación íntima con el lector, comparte sus inquietudes, y de esa forma se adentra en temas tan reiterados como el amor, que cobran nuevos aires en su voz. El autor de Poemas de otros (1973-1974) y Cotidianas (1978-1979) utiliza el amor como lenguaje universal, el amor con trasfondo político, el amor diario, el amor de los enamorados y de los solitarios, de los pobres y de los ricos:

 

“(…) ustedes cuando aman/ exigen bienestar/ una cama de cedro/ y un colchón especial.

Nosotros cuando amamos/ es fácil de arreglar/ con sábanas qué bueno/ sin sábanas da igual.”

 

El tema del amor es retomado en su forma más antigua; sin embargo, lo hace utilizando a conveniencia los recursos de un discurso narrativo que favorece la comunicación con el lector. Es quizá por esta razón que el escritor uruguayo ha logrado liberar la poesía de su hermetismo, para masificarla, para convertirla en un medio de comunicación universal, y de ahí que sean millones los seguidores de su literatura.

Según mencionó en una ocasión, el amor le parecía lo mejor de las relaciones humanas y es quizá este el vínculo entre su obra y sus seguidores, la pluma es solamente un instrumento para convocar, para atraer la mayor cantidad de personas hacia el milagro del entendimiento.

Para Mario Benedetti, incluso “la política es también una forma del amor (aunque no viceversa). Hay que aventar cierta mentirosa imagen que suele presentar al luchador político como un ser tan riguroso en su disciplina, que es incapaz de amar como cualquier hijo de vecina, e incluso a la hija del vecino, sobre todo si está bien de piernas e ideología. El amor no es un artículo suntuario, sino una necesidad vital del ser humano. Y no pensamos avergonzarnos de semejante realismo”.

Por supuesto, incluso hablando de amor o de política, no podría faltar el humor, tan característico de la idiosincrasia latinoamericana, tan facilitador de diálogos. Un humor sencillo y sarcástico, hiriente y profundo, que actúa como atenuador de una cruda realidad que el autor pretende denunciar.

 

“Cuando los japoneses adquirieron/ el rockefeller center/ ellos que tienen geishas y la sony/ y samurais y teatro no/ y kamikazes y kurosawa/ y matsuo basho y panasonic/ y aprenden flamenco por computadora/ y pueden cantar tangos sin entender palabra.

Cuando los japoneses adquirieron/ el rockefeller center/ supe que por fin había empezado/ la sutilísima la dulce/ venganza de Hiroshima.”

 

Quizá por ser uno de los poetas que más habló del amor, quizá por su sencillez, su fino humor, su preocupación por el mundo y por el ser humano que lo habita; quizá porque cada hombre, cada lector, se convierte en su cómplice cuando lee sus textos, o porque escribía para el lector de hoy, porque conoció sus dolores, sus vivencias, sus pensamientos más íntimos y los compartió de la forma más natural, más amigable, el mejor premio para Mario Benedetti siempre fue su público que hoy lo recuerda y mantiene viva la utopía.

 

“Cómo voy a creer/ dijo el fulano/ que el mundo se quedó sin utopías…”