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Hasta siempre a Gabriel García Márquez

17 de abril de 2014

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Llueve a cántaros en Macondo porque ha muerto Gabriel García Márquez. A juzgar por las noticias sobre su salud, sus lectores intuíamos que era inminente la despedida, pero aún así no disminuye la intensidad del dolor. Tan solo consuela el saber que nos deja su literatura extraordinaria.
Crónica de una muerte anunciada o El otoño de un patriarca. Cien años de soledad o Noticias de un secuestro. Estas son las novelas que prefiero, pero confieso que  leí cada uno de sus títulos con fervor.  Los leí con placer, aún cuando narrara  el destino de amores contrariados, como los de Fermina Daza y Florentino Ariza, tal y como hizo en El amor en los tiempos del cólera.
El escritor colombiano era un periodista brillante. Fabricador de leyendas y desmesurado al narrar, fue capaz de fabular hasta límites insospechados y de crear personajes maravillosos. Por eso encantó a millones de lectores. Y hasta a algunos cinéfilos cuando Lisandro Duque llevó al cine Milagro en Roma, o cuando Hilda Hidalgo recreó en pantalla grande Del amor y otros demonios.
Cien años de soledad es uno de esos libros a los que vuelvo  con frecuencia. Recuerdo que la primera vez me dejé llevar por el autor y avancé entre las páginas de la novela creyendo que el coronel Aureliano Buendía moriría, muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, recordando la tarde en que su padre lo llevó a conocer el hielo.  Desde ese instante, la familia Buendía ha formado parte de mi imaginario: la ascensión de Remedios la bella, el recio carácter de Ursula Iguarán, los afanes alquimistas del gitano Melquíades, la terquedad de Amaranta, y el calor sofocante de Macondo quedaron en mi memoria para siempre.
A fines de los 80 del siglo XX, en un barrio habanero, en lo que fuera una iglesia ortodoxa rusa, nació un grupo de teatro que cambiaría el rumbo de las artes escénicas de la isla. Era otra familia Buendía que marcaba a sus miembros con la cruz de ceniza, esta vez, la  del teatro, como si quisieran decirnos que desde el teatro podíamos construir la utopía  “donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.***
La única vez que  tuve bien cerca a García Márquez fue durante la inauguración de un Festival de Cine Latinoamericano. Le pedí un autógrafo y me dijo, con una cálida sonrisa, que solo firmaba ejemplares de sus libros. Ahora rememoro la anécdota y vuelven a mi memoria algunas de sus frases literarias, porque hoy el Gabo se despide del reino de este mundo, pero continúa su largo viaje por el de la poesía, “… esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos”. ***Le deseo buena suerte.

*** Frases tomadas del discurso de aceptación del Premio Nóbel en 1982

 

 

 

 

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