Cuando el amor sí alcanza
20 de septiembre de 2015
| |No se trata, de ninguna forma, de querer cuestionar el título de la actual novela cubana “Cuando el amor no alcanza”.
Me refiero, en esta crónica a otro amor, ese que ha traído el Papa Francisco y que si alcanza, porque, como hemos podido comprobar desde su llegada a nuestro país, el Sumo Pontífice, venido como portador de la Misericordia, reparte amor, esperanza y fe a todo un pueblo, no importa su creencia religiosa ni su afiliación política.
Cuando decía en la Plaza de la Revolución que el día a día en esta Isla tiene sabor a eternidad, refleja —en mi opinión— un llamado a la perseverancia, a la confraternidad, y al compromiso concreto con el prójimo, sirviéndole.
El Papa, durante el recorrido de 18 kilómetros, desde la terminal aérea capitalina hasta la Nunciatura en el municipio Playa, mostró cuánto amor siente por los seres humanos, especialmente por los enfermos, los niños, los desvalidos.
No importó la posible fatiga de las 12 horas de un largo viaje entre Roma y La Habana, para que el Sumo Pontífice dedicara todo el trayecto, a bordo de un auto descubierto esta vez, a repartir amor, saludos a ambos lados de largas avenidas colmadas de pueblo, de niños y jóvenes; de mujeres y hombres; de creyentes y no creyentes.
Es amor lo que recibieron pequeños enfermos besados por el Santo Padre; como lo es también el saludar a una por una a las monjas las Siervas de María, dedicadas a la hermosa tarea de cuidar enfermos, que junto a un grupo de personas aquejadas de su salud, aguardaban en la Plaza por la bendición del Papa Francisco.
La Plaza de la Revolución, nuestra Plaza de siempre, recibió en esta mañana de domingo a decenas de miles de personas acompañadas de los máximos dirigentes del país.
También en la cita, la presidenta de Argentina, Cristina Fernández, invitada especial a Cuba para que fuera testigo de la hermosa misa y pudiera compartir con su coterráneo Papa Francisco.
El clima, parecía confabulado con tan hermosa cita y la mañana dominical, aunque calurosa, estaba nublada y con ausencia de lluvia.
Fueron varias horas, primero en su trayecto desde la Nunciatura hasta la Plaza; luego recorriendo y saludando a todos los que allí le esperaban; bajando de su transporte y cargando a un niño o besando la mano de un enfermo; hasta la hora esperada, exactamente las 9 de la mañana, en que comenzaría la gran homilía.
De sus palabras llenas de fe y amor, escogí una que pienso puede resumir su discurso: “Quien no vive para servir, no sirve para vivir”.
Confieso que no soy creyente, pero comparto totalmente esta reflexiva frase. Cumplamos con ella, no importa si creemos o no. Lo que importa es el amor, ese que sí alcanza cuando se brinda con espontaneidad sincera.
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