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Rico veneno

30 de marzo de 2013

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Inusuales noticias han sido por estos días la aceptación por tribunales norteamericanos de demandas por daños y perjuicios a emporios de la denominada “comida rápida” (fast food), causantes de diversas enfermedades a consumidores infantiles, así como la decisión del gobierno brasileño de multar a la mayor productora mundial al respecto, McDonald’s, por proseguir campañas que incitan a los pequeños a la injerencia desmedida de ese alimento al que denominan peyorativamente basura.
Precisamente por este gigante comenzó la demanda, con el caso de dos adolescentes, Ashley Pelman y Jazlen Bradley, de 90 y 135 kilogramos de peso, respectivamente, quienes consideraron responsable al emporio por su obesidad y sus problemas de diabetes, tensión, enfermedades cardiacas y un alto nivel de colesterol.
Cierto, esta comida puede ser muy sabrosa, pero está muy lejos de ser sana, porque tiene déficit de vitaminas, falta la fibra vegetal y hay exceso de ingestión de “fritos”. Todo ello conduce a la acumulación de sustancias tóxicas en el organismo y una acidificación de la sangre, potenciando dolencias circulatorias, procesos degenerativos y enfermedades reumáticas.
Big Mac, Doble Whooper, Kebap, Hot Dog, Rollito de Primavera, Batatas de Luxe, Mc Fish, Coca-Cola Grande, Mc Flurry, Pizza Barbacoa, etc., forman parte de la comida basura que es parte de la cultura y tradición de Estados Unidos, que ha exportado a otros 119 países, tras ingeniosas campañas de marketing. Como cualquier consumo, no habría riesgos si se realizara de manera esporádica, pero la realidad muestra que se ingiere de manera mucho más frecuente de lo recomendado.
¿Por qué es comida peligrosa?, ¿qué la diferencia de otro tipo de alimentos? La respuesta es la clase de ingredientes que lleva y los nutrientes que aporta. Son comidas con una alta cantidad de proteínas de origen animal, abundante cantidades de azucares, grasas saturadas, colesterol y sodio, y aporte nulo de fibras y vitaminas. Además, son comidas con un elevado número de calorías que difícilmente va el consumidor a quemar a lo largo del día. Otro detalle en su composición alarmante es el alto número de conservantes, colorantes y potenciadotes de sabor, que generan el hábito de consumir este tipo de comida y, a su vez la peligrosísima adicción, porque existen ingredientes que pueden producirla y hacen sentir el deseo de repetirla en el mismo restaurante o acudir con mayor asiduidad.
Generalmente, las denuncias contra este tipo de empresas en Estados Unidos no proceden, por su influencia en ambas cámaras legislativas, donde se hace caso omiso de la composición de los alimentos, la dudosa reputación y las condiciones de higiene y de salario de sus empleados.
Demostrativo de la desidia oficial ante pruebas concluyentes, la encontramos en el documental Super Size Me (Engórdame), creado hace nueve años por Morgan Spurlock, el cual, a modo de experimento, mostraba el deterioro físico del director del filme, al someterse a un mes de comida a base de productos de McDonald’s, así como la falsedad de la campaña de la multinacional en la que calificaba a su comida de “natural y equilibrada”.
Todo ello muestra que es necesario subrayar que, mientras la sexta parte de la población mundial pasa hambre, aumentan los disturbios por tal motivo y el cambio climático conspira contra la producción alimentaria, otros, principalmente en los países desarrollados, se hallan en medio de una vorágine publicitaria que insta al consumo desenfrenado, sin prever consecuencias para su salud.
Esto es solo la punta de un escandaloso ice-berg que llega a situaciones extremas en Estados Unidos, producto de la competencia desleal entre empresas que realizan lobby desde hace años al más alto nivel, con el fin de eludir y burlar disposiciones para seguir aumentando sus ganancias.

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