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Reeditando el pasado

24 de septiembre de 2018

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El que más y el que menos, en algún momento de su vida ha intentado recordar imágenes de su niñez o juventud. Es como un retroceder en el tiempo para encontrar pistas que hilvanen nuestra historia personal, con mayor razón, cuando en ese acontecer fueron perdiéndose seres queridos.

Desanima, entonces, el fallido intento, y solo queda el recurso de apelar al auxilio de alguien que estuvo cerca de nosotros en esas etapas, para que nos aporten hechos, incidentes compartidos, pero que de nada sirven si no logran revivir tales momentos en nuestra memoria.

Leyendo algunos temas fascinantes de las neurociencias, conocí que la memoria se mantiene como un misterio que los científicos intentan descifrar. Por ahora, novedosas investigaciones sobre el cerebro resumen: La memoria no es un fiel reflejo de aquello que pasó, sino, más bien, un acto creativo en el funcionamiento de nuestras mentes”.

Es decir, contradictoriamente a los girones de recuerdos que logramos salvar, la mente nos juega una mala pasada, y no se ajusta fielmente a los hechos, sino que “moldea” lo ocurrido. Utilizando las mismas palabras de los científicos, cito: “es como si los recuerdos se reconstruyeran cada vez que se les evoca”.

Resulta difícil aceptar que las imágenes más nítidas de nuestro pasado, han sido reelaboradas en el cerebro, quizás, aportándole datos del contexto en que nos desenvolvemos, y hasta puede que mejorando el entorno en que se suscitaron.

Los expertos comparan este proceso con la práctica periodística de la elaboración de un documento word que, al “editarlo” se le incorporan elementos, lo guardamos y se “fija” esa nueva versión hasta el próximo “uso”.

Quizás, a muchos les ocurra como a mí: me decepcionó saber que no solo desconocemos el futuro, sino que “falseamos” el pasado con una versión enmendada –para bien o para mal– pero que no me sería confiable.

 

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Teniendo confianza en el desarrollo del campo de las neurociencias, no dudo en que llegará a certificar lo positivo de esa investigación. Por tanto, ¿tenemos que conformarnos con las versiones reeditadas por la memoria aunque nos hagan felices, y aceptar que cada esfuerzo por recordar cambie lo más genuino de nuestro pasado?

Demasiado tarde para muchos esta reflexión, pero, quienes estén distantes de la Tercera Edad, les sería recomendable retomar el beneficio de escribir los hechos relevantes de su acontecer en un Diario personal.

Amigos, al pasar de los años, las fotos amarillean y las computadoras nos juegan malas pasadas. Nada se compara al privilegio de escribir nuestra propia historia, para cuando falle la memoria o trascienda –como el ADN– a futuras generaciones.

Y mientras, que la ciencia continúe en lo suyo, profundizando en descorrer los velos que envuelven las “zonas oscuras” del cerebro.

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