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Primer paso para la felicidad

9 de enero de 2018

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No es secreto que para muchos el concepto de belleza asignado a los bebes, se ajusta exactamente a la obesidad. Y no exagero.

¿Cuántas veces escuchamos alabar las “rosquitas” de sus brazos y piernas?  Y lo que es peor, ante pequeñines con peso adecuado, surge la preocupación colectiva de que algo le pasa, porque está muy “delgadito”.

Esquemas heredados que no se actualizan al paso del tiempo, sin comprender, que el sobrepeso de un bebé, puede ser el anticipo de una obesidad futura.

La gordura no es sinónimo de belleza y mucho menos de salud. Incluso, en esas edades tempranas, resulta dañina para la formación ósea de las extremidades inferiores, porque cuando empiezan a caminar, el peso del cuerpo tiende a arquear sus piernas.

En fin, mucho se pudiera hablar de las malas consecuencias de la obesidad, en sentido general. Pero, en estas edades específicas, busquemos el origen del exceso de libras.

Es cierto que la genética influye en el biotipo familiar, pero juegan un papel determinante  los factores ambientales o del entorno, entiéndase, alimentación, actividad física, estilo de vida…

Pero, esos factores pueden ser modificados. Para ello es imprescindible actuar sobre la conducta alimentaria desde  la infancia, ya que las costumbres que adquiridas van a determinar en su estado de salud cuando sean adultos.

En los primeros años, comienzan a establecerse los hábitos alimentarios; ya a partir de la adolescencia, hay tendencia al consumo elevado de alimentos fritos, salsas, pastas, panes, galletas, dulces, refrescos azucarados y alimentos grasos en forma de quesos, mantequilla o similares; y un escaso, o nulo, consumo de legumbres, frutas y hortalizas.

¿Son los niños responsables de la selección de su dieta habitual?  La responsabilidad está en quienes deciden cuáles alimentos comprar o cocinar, generalmente, sobre la base de los gustos y preferencias de toda una vida, y que se transmiten a los hijos.  El segundo paso de esa influencia está en enseñarlos a comer y tomar chucherías y refrescos.

Si a todo esto unimos una combinación fatídica para la salud general:

Poca actividad física y más actividades sedentarias (televisión o videosjuegos),  se cierra así el cuadro propicio para la obesidad y su secuencia de males propiciatorios.

Los hábitos de alimentación, como los de estilo de vida, se pueden modificar con una educación acertada. Por tanto, esa es la clave del surgimiento de  la obesidad infantil, inclusive, cuando está presente el biotipo hereditario, con mayor razón se impone una dieta inteligente, porque los errores dietéticos son más difíciles de cambiar cuando la persona es adulta.

 

OBESIDAD = ENFERMEDAD

No lo duden. Mucho se ha explicado el daño de la obesidad para el organismo humano, pues deviene enfermedad crónica, y como tal, se asocia a la aparición y desarrollo de diversas patologías, que por divulgadas, son harto conocidas: hipertensión, enfermedades cardiovasculares, diabetes, problemas articulares, depresión, problemas motrices, dificultad respiratoria, trastornos cutáneos, alteración de los niveles de colesterol y triglicéridos. Típica secuencia que empieza  a asomarse en la infancia, y se acentúa  en la adultez. Por supuesto,  patologías que reducen la calidad y la esperanza de vida en quienes las padecen.

Pero… hay mucho más. Los niños obesos sufren física y psicológicamente su exceso de peso, porque la sociedad demanda, cada vez más, la figura  ajustada a un patrón estético elemental. Y un mal genera el otro: en la medida que crece, se afecta  la salud emocional de los pequeños que sienten a su alrededor, la burla, la discriminación, el aislamiento social, y en su conjunto conforman una baja autoestima que puede generar la  bulimia o anorexia nerviosa.

Podemos concluir: a los padres, le corresponde evitar la obesidad de sus hijos, y no se engañen, es el primer paso para su felicidad.

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