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¿Esperada jubilación?

24 de diciembre de 2018

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La sociedad ha cambiado los patrones de vida. Nadie mejor que aquellos que más han vivido, para comprobar cotidianamente, esa evolución dialéctica. La transformación de la familia es un ejemplo. Otrora rígida y patriarcal, ahora, transigente y reflexiva.

En esta evolución, la ciencia varía también los enfoques en cuanto a las potencialidades del ser humano. Del antiguo criterio de situar el inicio de la vejez alrededor de los 60 años, dado el desgaste del organismo, pues se aceptan parámetros más flexibles para el aprovechamiento de capacidades, físicas y psíquicas.

El ritmo del deterioro que acompaña el envejecimiento es muy individual. Hay quienes conservan vitalidad y lucidez hasta edades avanzadas, mientras en otros caducan, incluso, ante de las seis décadas. En ello intervienen factores orgánicos, psicológicos, y genéticos.

No solo la salud influye en el déficit vital. Durante el proceso de envejecimiento ocurren pérdidas naturales en las diferentes esferas de la vida –posición social, muerte de contemporáneos, menguas de atributos personales– y si el individuo no se encuentra preparado para afrontarlas y buscar compensaciones, pueden alterar su psiquis y agudizar las minusvalías típicas de la ancianidad.

Psiquiatras, psicólogos y sociólogos estudian esta evolución que deviene paroxística cuando se llega a los límites establecidos para una retirada del trabajo, porque… para los que están vinculados a una vida laboral intensa, ese paso significa frustración y sufrimiento.

 

¿Descanso obligatorio?

La jubilación es, sin duda, un acontecimiento prefijado para la segunda mitad de la vida. Aunque no hay precisión en su impacto, en algunos casos hay efectos negativos sobre la autoestima, en otros, se recibe con el carácter de un nuevo comienzo.

Ese retiro oficial, es un proceso condicionado en quienes realizan una labor remunerada de cualquier tipo (profesional, técnica, obrera).

Especie de expectativa ante un momento determinado por la edad, para algunos deseado y temido para otros, porque de una u otra forma, sobrevienen cambios existenciales.

Hay tareas, generalmente de índole intelectual, que permiten alejar la jubilación, porque su práctica no está reñida con la edad, siempre que la salud responda. Pero, por mucho que se alargue esa permanencia, llegará el día de la retirada.

Inicialmente, este acontecer es estimulado por aplazados planes, ahora posibles de realizar, nuevos proyectos que acometer, y el descanso vigorizante como alivio tras duros años de trabajo. Por tanto, en esa etapa primaria de la jubilación, se experimenta un periodo de continuidad aceptable.

 

Dinámicas inteligentes

Pero, ¿qué ocurre, si aún los más optimistas descubren que sus proyectos eran demasiado ambiciosos e irrealizables? Sin dudas, sobreviene el desencanto y un descenso de la satisfacción personal.

En cualquier caso, los jubilados pueden reorientar sus planes para que la rutina inherente a su nueva condición, no se convierta en una carga pesada. En esto cumple un papel determinante la participación en círculos, asociaciones y grupos formales, el desarrollo de aficiones y actividades recreativas que puedan compensar, hasta cierto punto, algunos de los beneficios que otrora extraía del mundo laboral, y que favorezcan una adaptación sin traumas al nuevo estado.

No obstante, cuando los roles familiares no han sido centrales, o no se ha preferido el tiempo libre ajeno a lo laboral, habrá más dificultades para ajustarse al nuevo status que implica la jubilación.

Y es que no podemos obviar el valor que la sociedad atribuye a la capacidad relacionada con la iniciativa, la competitividad, la confianza en uno mismo, la suficiencia, entre otras. Quienes respondieron a esos patrones, solamente amortiguan el impacto de la jubilación sustituyendo la ética del trabajo por una alternativa que le haga sentirse “ocupado”. Será como un proceso de ajuste, indispensable para asimilar la postergada jubilación.

En fin, las diferencias individuales, físicas y psíquicas, innatas en el ser humano, se imponen también en la recta final de la vida. No puede regirse por parámetros el momento del descanso merecido, porque a muchos que sobrepasan –incluso los 70–, les sobran energías e intelecto para demostrar su vigencia vital.

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