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En las garras del alcohol

11 de julio de 2017

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El alcoholismo es una enfermedad crónica, producida por la ingestión excesiva de alcohol etílico. Constituye un problema tan serio en la humanidad, que la Organización Mundial de la Salud (OMS), definió como causa su ingestión diaria superior a 50 gramos en la mujer y 70 gramos en el hombre.

Podemos resumir que una copa de licor tiene aproximadamente 40 gramos de alcohol; un cuarto de litro de vino, 30 gramos; y un cuarto de litro de cerveza, 15 gramos.

En esta adicción intervienen diversos factores fisiológicos, psicológicos y genéticos. Los alcohólicos tienen dependencia emocional, y a veces, orgánica del trago, sin percatarse que produce el daño cerebral progresivo, y finalmente, la muerte.

Antes consideraban que la proporción superior del alcohólico recaía en los hombres. Pero estadísticas universales comprueban su incidencia en las mujeres y los jóvenes, con el aumento del consumo en proporciones alarmantes.

Esta tendencia ha sido tan rechazada por la sociedad, que en sus inicios, los alcohólicos esconden su dependencia. Pero, cuando el vicio los vence, restan importancia a su reputación, e incluso, no toman en cuenta los evidentes estragos de su salud. El adicto pierde el control sobre la bebida y no puede frenar su consumo. Sobreviene la dependencia orgánica, que obliga a beber sin frenos para evitar el síndrome de abstinencia, que les lleva al delirium tremens.

Actualmente, el alcohol se considera una droga que modifica el carácter. Produce un efecto tóxico directo y sedante; la ingestión excesiva y prolongada conduce a carencias nutricionales.

Entre los resultados de su exceso en el organismo, son habituales las úlceras de estómago y de duodeno, la pancreatitis crónica, la cirrosis hepática, así como lesiones irreversibles en los sistemas nerviosos central y periférico.

La ciencia ha difundido las fatales consecuencias de esa drogo-dependencia durante la gestación, prohibiendo su consumo por la afectación que recibe el feto. Sobre el daño del embrión, genetistas del Hospital Ginecoobstétrico Ramón González Coro, de Cuba, afirman:

 

“La consecuencia más grave en la etapa prenatal es su repercusión en el desarrollo y función del cerebro. El Síndrome Fetal Alcohólico (SFA) y el Efecto Fetal del Alcohol (EFA), son la expresión clínica de los efectos múltiples que ocasiona en el desarrollo fetal”.

“Esa bebida durante el embarazo, aún en pequeñas cantidades, provoca defectos físicos y mentales al feto. El alcohol atraviesa la placenta y entra al sistema circulatorio fetal, provocando, además de otros daños, falta de oxígeno al embrión y malnutrición”.

 “Tan solo un trago al día produce 160 gramos menos de peso en el feto. Con el consumo de dos tragos diarios comienzan las alteraciones mas frecuentes, y con tres tragos al día, el daño cerebral”.

Entre las manifestaciones presentes en los hijos de las alcohólicas, están:
Deficiencia del crecimiento, antes y después del nacimiento. Déficit en el nivel de inteligencia, microcefalia (menor circunferencia de la cabeza), hendidura de los párpados, labio superior muy fino, alteraciones de las articulaciones, malformaciones del corazón, conducta irritable en la primera infancia e hiperactividad en la edad preescolar.

Para la Genética Humana el alcohol se define como teratógeno, que son los agentes externos capaz de producir defectos y/o alteraciones durante el desarrollo del fetal. El riesgo depende de la ingestión de bebidas durante el embarazo.

Desde el punto de vista psicológico, estos niños son difíciles de manejar, y aunque no requieren tratamiento específico, necesitan en su infancia atención terapéutica.

La OMS alerta sobre la magnitud del peligro. Corresponde a los gobiernos de las naciones, el control sobre el expendio de las bebidas alcohólicas, y la indispensable divulgación del poder de esa droga, tan dañina, como cualquier otra.

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