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Al payaso de siempre

15 de octubre de 2018

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Todos sabemos que los tiempos cambian: modas, gustos, tendencias. Y también… la gente. Aunque, hay valores inmutables.

En el arte, por ejemplo, se transforman los estilos, se aprende a admirar nuevos enfoques. Sin contar, que con el paso de los años se producen transformaciones imperceptibles, a veces, radicales.

Pero un día descubrí, que más allá de la evolución del tiempo, está intacta la figura del… payaso.

Sí. Ese rostro pintarrajeado, la enorme nariz, la ropa de escandaloso colorido, los zapatones gigantescos… No importa que sean otros los que están bajo la vestimenta. Siguen provocando emociones, sentimientos y, especialmente, alegría que hace reír a los pequeñines y a ese niño que todos llevamos dentro.

¿Y saben? Muchas veces he sentido curiosidad por saber qué se esconde bajo el maquillaje, adivinar en su mirada qué oculta quien allí se encierra, embadurnándose por años el rostro, poniéndose una peluca, vistiendo la fantasía para después… actuar en el arte más difícil que se pueda realizar: provocando la risa, sincera, espontánea, incontenible. En cada salida, en cada actuación, en cada día de su vida.

Mas…me pregunto, ¿reirá también el payaso? Sí, porque, cualquiera tiene preocupaciones, tristezas… Y nadie sabe si ellos llevan la “procesión por dentro”.

Pero, ahora, otro valor enriquece ese arte de hacer reír: para el sistema nacional de salud devienen “payasos terapéuticos”, modalidad aceptada y dirigida a alegrar a niños con padecimientos crónicos en hospitales pediátricos e institutos nacionales (Oncología, Neurología, Hematología y Cardiocentros), y no quedan exentos del empeño los ingresados en hogares de ancianos, hospitales psiquiátricos y discapacitados –desde leves a severos– atendidos en centros médicos psicopedagógicos.

Pensándolo bien, ¿cómo es posible que en algún rincón del mundo no se levante una estatua al payaso de siempre? Ese que llena de fantasías el pensamiento, y de nostalgias el recuerdo.

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