Reencontrarse con una parte de la historia de La Habana
20 de marzo de 2016
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En la calle Empedrado, entre San Ignacio y Mercaderes, en el mismo corazón del Centro Histórico habanero – declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad en 1982 –, se erige la Catedral de La Habana, emblemática edificación colonial del llamado Barroco cubano del siglo XVIII.
El templo fue construido entre 1748 y 1777 por los padres jesuitas, quienes tuvieron a bien instalar un colegio de misioneros de los Hijos de San Ignacio, en la otrora Villa de San Cristóbal de La Habana. El área escogida para su construcción fue la Plazuela de la Ciénaga, terreno que fue necesario drenar por ser muy pantanoso, debido a su cercanía a la Bahía. Para 1767 ya estaba terminado el colegio, no así la iglesia, pues precisamente, como cuenta el investigador Joaquín Weiss en su libro Arquitectura Colonial de La Habana, “fue en ese año en que los padres jesuitas fueron expulsados del Nuevo Mundo”.
En 1777 abre sus puertas el templo, y según investigaciones realizadas, se conoce que el maestro Don Pedro de Medina estuvo al frente de las labores finales de la edificación, y que desde su inauguración se dedicó a la Virgen María de la Concepción Inmaculada, cuya imagen ocupa el Altar Mayor.
Transcurrió más de una década para que, por orden del obispo Felipe José de Tres Palacios, comenzara el proceso de transformación del antiguo oratorio en Catedral de La Habana, hecho que ocurrió en 1789, luego que una Real Cédula dividió la Isla en dos diócesis: Santiago de Cuba y La Habana.
Su majestuosa fachada, descrita por el escritor y Premio Cervantes Alejo Carpentier como “música transformada en piedra”, está considerada una de las más bellas de los códigos formales del estilo barroco en América y sirvió de modelo para muchos de los exteriores de las grandes edificaciones coloniales habaneras. Construida en piedra, llama la atención la desigualdad de sus torres y el despliegue cóncavo del lienzo de fachada sobre la plaza que de ella toma nombre.
Por esa fecha de su culminación, ya estaban enclavadas en la plazuela la Casa de los Marqueses de Aguas Claras (hoy restaurante El Patio); la Casa de Baños (hoy Galería Víctor Manuel); el Callejón del Chorro, por el cual pasaba La Zanja Real o acueducto de la época; la Casa del Conde de Lombillo; el Palacio del Marqués de Arcos; el Palacio de los Condes Bayona (hoy Museo de Arte Colonial) y la elegante casona de los Condes de Peñalver (hoy sede del Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam).
La Catedral de La Habana, durante las primeras décadas del siglo XIX, sufrió transformaciones en su interior. Estos cambios radicales se debieron a la presencia del sucesor del obispo Tres Palacios, José Díaz de Espada y Fernández de Landa, partidario entusiasta del neoclasicismo que cobró fuerza por esa época. El Obispo Espada, defensor de las manifestaciones de este estilo constructivo, ordenó las modificaciones de los altares suprimiendo los primitivos y colocando otros, así como en la decoración. Reemplazó el piso de piedras por otro de mármol blanco y negro, bajo el diseño del español Antonio Solá, pero según el arquitecto cubano Daniel Taboada Espiniella, “en realidad trataba de eliminar toda huella barroca, sin tocar la estructura arquitectónica de la iglesia, para dar paso a los nuevos postulados neoclásicos”.
Otras transformaciones sustanciales ocurrieron entre 1946 y 1949: se cambió el techo original por otro de piedra con forma de bóveda, alcanzando así más luz, ventilación, seguridad, belleza y, sobre todo, adoptando un aspecto de mayor esplendor. Otras modificaciones enfrentó el inmueble, como la realizada en 1998, vísperas de la visita del Papa Juan Pablo II a La Habana.
Del siglo XVIII solo se conservan actualmente la sillería del coro de los canónigos, los muebles de la sacristía y la mutilada y antigua talla de San Cristóbal, Patrono de la Ciudad, obra del artista sevillano Martín de Andújar. La más reciente restauración se produjo en 2015, en la que se realizó un trabajo que incluía la limpieza general a la espléndida fachada, como parte de los preparativos de la visita oficial del Papa Francisco.
Además de sus funciones litúrgicas y sus valores arquitectónicos, la Catedral de La Habana atesora valiosas obras de arte, como los óleos pintados por el francés Jean-Baptiste Vermay, los frescos del italiano Giuseppe Perovani, el lienzo de la Virgen de Loreto, bendecida por el obispo Morell de Santa Cruz en 1755, y el de la Virgen de la Purísima Concepción, Patrona de La Catedral.
Transitar por la Plaza de la Catedral y admirar ese esplendoroso santuario es reencontrarse con una parte de la historia de La Habana; es conocer de la identidad de los cubanos, de sus costumbres. Por ello, el empeño de conservación del que habló el historiador Emilio Roig de Leuchsering y luego su sucesor Eusebio Leal Spengler, porque sitios como estos son de gran importancia histórica y perpetúan el conocimiento y el disfrute de las nuevas generaciones de cubanos y visitantes extranjeros.
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