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Necrópolis de Colón: un lugar digno para el último reposo y el conocimiento

28 de febrero de 2013

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Realizado el 8 de agosto de 2012
Fotos: Alexis Rodríguez

Entrada al cementerio

Por distintas razones la Necrópolis de Colón, localizada en el céntrico barrio del Vedado, es uno de los espacios más conocidos de La Habana. Muchos son los visitantes que a diario acuden a este sitio, declarado en 1987 Monumento Nacional, los cuales encuentran consuelo al visitar a algún familiar o amigo que ya no está, descubren un didáctico panorama por la historia de la arquitectura y la escultura cubanas, valorizado de manera especial por el imaginario popular, o satisfacen sus necesidades espirituales. Este cementerio permite un acercamiento en pequeña escala a aquellas características socioeconómicas que singularizan la historia de una urbe. Y es que, tal como reza la consigna bajo la cual se ideó el proyecto del Cementerio de Colón: “La pálida muerte entra por igual en las cabañas de los pobres que en los palacios de los reyes” (Pallida Mors aequo pulsat pede tabernas pauperum regnum que turres).

Los valores histórico-artísticos que atesora este espacio ideado para dar el último reposo y adiós a los seres queridos, le otorgan centralidad dentro de las prioridades de intervención delineadas por la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana (OHCH). De aquí que desde el año 2006 se desarrolla en el campo santo un proyecto de rehabilitación que propone no solo recuperar muchos de sus monumentos funerarios más relevantes y su entramado urbano, sino dotarlo de todos los elementos que garantizarán los servicios de los cementerios contemporáneos.
“El cementerio intenta ser una propuesta cultural además de que cumpla con las funciones para las cuales fue creado. Pensamos que sea un espacio donde se pueda investigar, leer, visitar, recorrer y aprender”, aseguró la arquitecta Claudia Castillo, de la Dirección de Proyectos de la OHCH. “Si bien las primeras acciones que se están haciendo son las de restauración de los panteones y esculturas más importantes, también la propuesta va enfocada a hacerlo parte de un sistema”, puntualizó.

Entre los aspectos que incluye el proyecto en marcha se encuentra, por ejemplo, el rediseño del follaje. “Una vegetación que – como aseguró la especialista Castillo – se encuentra en muy mal estado y que no solo hay que replantar, talar, podar y asistir, sino repensar. Una vegetación que sea acorde con el cementerio donde la mayor cantidad de elementos se encuentran bajo el suelo y que se constituya en especie de tamiz entre lo que sucede en la ciudad y dentro del lugar. Existen en él muchos materiales que se afectan por la contaminación vehicular: mármoles, granitos, terrazos, piedra natural. De aquí que, sin dudas, realizar esta cortina verde perimetral adosada al muro del cementerio, ayudará a filtrar esos aires contaminado química y acústicamente”.
La iluminación es otro de los elementos que contempla el proyecto que impulsa la Oficina del Historiador. El cementerio no cuenta con una iluminación eficiente para las horas de la noche que, si bien debe ser coherente con la funcionalidad del lugar y los procesos fotoquímicos que en él se producen, se diseña, con respeto de las normativas internacionales, una iluminación básica para un mejor control y funcionamiento.
El equipamiento urbano: papeleras, señalética, bancos, tomas de agua para los trabajos de mantenimiento y las personas que visitan el lugar, así como las mejoras del pavimento y la inclusión de crematorios, se complementan con la idea de crear en sus instalaciones un centro de documentación que haga más accesible a investigadores, estudiantes y público en general, la información que se conserva en los libros de registros de enterramientos.
Coincidentemente, por la necesidad identificada de facilitar la recuperación de los datos que se puede encontrar en los libros de registros para estudios sobre el entramado de las redes sociales, genealogías, etc., los especialistas de la Necrópolis de Colón se encuentran digitalizando algunos fondos valiosos que están a disposición de los interesados, muy básicos “pero válidos para comenzar” – como aseguró Luis Martín, Historiador del Cementerio –. Aunque el mayor volumen de información sobre el tema se encuentra en el Archivo Nacional, el Arzobispado de La Habana y la Oficina del Historiador, esta iniciativa confirma la pertinencia de la inclusión de la construcción de una edificación contemporánea en el complejo del cementerio para ser consagrada a tales funciones.

Un poco de historia y actualidad

Fundado oficialmente el 30 de octubre de 1871, la Necrópolis de Colón resultó la solución a los problemas que representaban la poca capacidad y deficiencias sanitarias del Cementerio de Espada, ante el crecimiento de la población y el azote de enfermedades como la fiebre amarrilla. Aunque se empieza a pensar desde 1854 en la construcción de un cementerio nuevo y comienzan a buscarse lugares para su posible construcción, no es hasta la década del 60 del siglo XIX que se localiza este entorno donde se emplaza hoy.1
Fue necesario convocar a la donación de terrenos y la expropiación de parcelas, pertenecientes a los propietarios de las siete fincas que se encontraban en esta zona, para lograr reunir las 57 hectáreas necesarias y así desarrollar el proyecto ideado por el arquitecto, discípulo de Francisco de Albear, Calixto Aureliano de Loira Cardoso, que fuera ganador luego del concurso arquitectónico impulsado por la Junta Cementerial para la construcción del nuevo y necesario cementerio.
Este joven arquitecto, que no vio la culminación de su obra y es el primer difunto enterrado en este campo santo, concibió el arbolado, la distribución urbanística, la Capilla, la puerta norte estilo Arco de Triunfo,…2  Cual dictaban las bulas papales, la distribución urbanística del cementerio se dispuso según el poder adquisitivo de las personas. De aquí que se concibieron zonas de primera, segunda, tercera, cruces de segunda orden y campos comunes. “La propuesta de Loira recuerda a la distribución de los campamentos romanos y atiende a los 4 puntos cardinales. Es rectangular y está dividido como si fuera una gran cruz que forma otros cuatro cuadrantes, donde se forman 5 cruces que recrean las heridas de Cristo. En el medio de la gran cruz se encuentra la Capilla para darle el último reposo a los cadáveres y otras ceremonias para los difuntos”, detalló Lisset González, Museóloga de la Necrópolis de Colón.
Sin embargo, más allá de las alrededor de 56 mil tumbas que se calculan en el cementerio, el principal valor historiográfico de este lugar es que,  “todo lo que se ve en el campo santo es representación de la ideología y la espiritualidad de las familias cubanas que construyeron sus bóvedas y monumentos funerarios aquí. Cuando se ideó el proyecto, no se concibieron las tumbas, se vendieron las parcelas y los propietarios en función de la forma que tenían de aceptar la muerte las construyeron. Por lo tanto, representan una historia de la arquitectura cubana y de las maneras de entender la muerte. Había capillas con teléfonos y electricidad desde donde se seguían los negocios, a la vez que se atendían a los fallecidos”, nos cuenta Martín.
“Más allá de las personalidades que están enterradas aquí, alrededor de 2 millones de muertos – continuó – y los acontecimientos políticos y contra-políticos importantes que tuvieron lugar en este escenario, me parece interesante y necesario entender al cementerio como un complejo socioeconómico”.
De aquí que el lugar también funciona como museo y refuerza, en este sentido, su vínculo con la comunidad. Entre los servicios de naturaleza museológica que se ofrecen al público nacional e internacional, se encuentran los recorridos diseñados para conocer las características del espacio y reforzar valores patrios. Entre ellos se pueden señalar el de la arquitectura, la escultura, el martiano, el histórico general y los de personalidades como músicos y pintores. “Trabajamos con los niños de las escuelas de la localidad del municipio donde estamos enclavados – aseguró Martín –. Convocamos concursos para formar los valores históricos y organizamos trabajos voluntarios sobre las tumbas de los mártires que le dan nombre a las escuelas del entorno”.
Así, el conocido como “Cementerio de Colón” es visitado por muchos que, como confirma la veladora Marta Alonso, tienen muchos deseos de aprender. De manera introductoria, justo a la entrada del recinto, se localiza una sala de exposición inaugurada en 1991, para exhibir piezas que estaban abandonadas, que no se sabían a qué tumbas pertenecían o que alguna vez fueron hurtadas y devueltas por la Policía Nacional Revolucionaria. En esta sala, donde trabaja Marta, el visitante también encuentra en ella una fuente viva de la historia del lugar. No solo por sus años como veladora sino porque ha sido vecina “de toda la vida” del cementerio, atesora muchos recuerdos que permiten conocer, de primera mano, historias conmovedoras de espíritu y razón, así como sucesos de la historia de la Nación como el sepelio de José Antonio Echeverría, el del maestro Manuel Ascunce, el de los mártires de la Coubre, el atentado del avión de Barbados, la Guerra de Angola…
Este es un Monumento Nacional que bien vale proteger. Él recoge buena parte de la historia arquitectónica de la Isla, no solo en tendencias y estilos sino también con obras de los más importantes arquitectos cubanos. “No solo podemos ver el desarrollo histórico desde el eclecticismo, art decó, art nouveau, y excelentes piezas del movimiento moderno, sino que también podemos encontrar en él obras de los principales escultores y arquitectos de Cuba. Es una obra de arte, un objeto cultural urbano que no ha dejado de cumplir con las funciones para las cuales fue diseñado originalmente en el siglo XIX.”-confirmó el arquitecto Orlando Inclán, de la Dirección de Proyectos de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana.
Poco a poco, la Necrópolis de Colón, recobra su aliento para que siga siendo, ese lugar digno para el reposo de los seres queridos, la visita, y el espacio donde se consuma el imaginario popular.

Algunos mitos y leyendas

 

 

Muchas son las historias espirituales y curiosas que se cuentan y enriquecen a los largo de los años en el entorno de la Necrópolis de Colón. Las más significativas y conocidas son las del Mito de la Milagrosa, la de la espiritista Leocadia y hermano José, la del hombre enterrado de pie, la tuba del dominó, y la del perro, entre otras.

La Milagrosa

 

 

A La Milagrosa nunca le faltan las flores frescas. Todos los días del año acuden a ella cubanos y foráneos en busca de consuelo y algunos, en su desespero, claman por un milagro.
Las historias de los que han sido escuchados por ella pasean de boca en boca, de generación en generación, otorgándole poderes sobrenaturales a la bella escultura de mármol que distingue la tumba de Amelia Goyri, en la Necrópolis Cristóbal Colón.
Cuentan que su esposo, José Vicente Adot y Rabell, hizo varios intentos para proteger el reposo de su amada, pero no bastó ni la placa que colocó donde se leía: “Prohibido poner flores en este Panteón”, ni sus gestiones para contratar a un cuidador que evitara las crecientes visitas al lugar.
A 110 años de su muerte, el panteón de La Milagrosa, a quien se considera protectora de las embarazadas, los niños y todos los que claman por su ayuda, es el más visitado del camposanto. Junto a la historia de esta muchacha que vivió en La Habana del siglo XIX se entremezclan lo espiritual, el mito y la imaginación popular.
Amelia Francisca de Sales Adelaida Ramona Goyri nació el 29 de enero de 1877. Hija de una de las familias burguesas más renombradas de la época, va a vivir junto a sus padres y sus tres hermanos al palacio del Marqués de Balboa, quien se había unido en matrimonio con la tía de los niños. Es allí donde conoce a su primo segundo José Vicente, por el que siente un cariño especial. Cuentan que de pequeños ya eran inseparables y con la adolescencia surgió el amor.
Amelia siempre fue muy generosa y gustaba de ayudar a los más necesitados. Tenía un carácter extremadamente sensible, quizás por eso le afectó tanto que no comprendieran el amor que sentía por el primo, pues no lo creían digno del linaje de la joven. Y aunque la familia hizo varios intentos por separarlos, la pareja se mantuvo unida en secreto.
Llega el año 1895 y los cubanos retoman la lucha contra el colonialismo español. A la manigua también parte José Vicente a luchar por la libertad de aquella Cuba, donde las diferencias sociales le prohibían amar a una mujer.
Desde La Habana, Amelia esperaba noticias de su amado, siempre extremando los cuidados para que no la descubrieran, pues José Vicente ahora era un mambí y en su casa no podía ni siquiera mencionársele.
Tres años más tarde vuelve José Vicente al palacio del Marqués de Balboa; esta vez llega con grados de Capitán del Ejército Libertador y con las mismas intenciones de reclamar la mano de su Amelia. En la mansión las cosas habían cambiado: el padre de la joven estaba gravemente enfermo, y el Marqués había fallecido. Es entonces cuando la hermana de Amelia, María Teresa, interviene a favor de los jóvenes ante su tía, la Marquesa de Balboa, y se fija la fecha de la ansiada unión.
El nuevo siglo parecía venir colmado de buenos augurios para los dos amantes, y el 25 de junio de 1900 celebran su boda junto a la de María Teresa con un acaudalado joven.
Al fin habían logrado lo que añoraron desde la temprana adolescencia y, aunque quedaron excluidos de la alta sociedad, la pareja disfruta cada segundo que pasan en una residencia del Cerro, donde se instalaron. A los pocos meses, para mayor dicha, ella queda embarazada.
Transcurrieron ocho meses y el 3 de mayo de 1901 Amelia sufre una hipertensión que la afecta a ella y al bebé. Al ser reconocida por el doctor Eusebio Hernández, Mayor General del Ejército Libertador y amigo de José Vicente, se determina que la criatura estaba muerta y había que extraerla con urgencia para intentar salvar la vida de Amelia. Pero todos los esfuerzos no son suficientes y muere, a los 24 años de edad, en medio de las celebraciones por el día de la Santísima Cruz. Por las terribles coincidencias de la vida o debiera decir, de la muerte, su hermana María Teresa corre la misma suerte, y fallece dos meses más tarde, intentando dar a luz a un bebé sin vida.
José Vicente no acepta la pérdida de Amelia, no puede creer que después de tantos años de espera se haya ido para siempre, justo ahora, cuando eran más felices. Prefiere imaginarla dormida.
Por la posición social ella debía ser enterrada en el Panteón de los Marqueses de Balboa, pero José Vicente la quiere lejos de los que intentaron apartarla de él. Le pide a su amigo Gaspar Betancourt y de la Peza, que le deje enterrar a su esposa en su panteón familiar y, como era costumbre de la época, le colocan entre las piernas a la niña que nació sin vida.
Dicen que después del sepelio, que se realizó el 4 de mayo, y hasta su muerte 40 años más tarde, José Vicente acudió a su encuentro todos los días para despertarla, haciendo sonar una de las argollas de la tapa de la bóveda, la que estaba más cerca del corazón de su eterna novia. Vestido de negro y con un ramo de flores en la mano, pasaba largas horas conversando con ella.
La triste historia de José Vicente llega a oídos de su amigo, el afamado escultor cubano José Vilalta Saavedra, autor de importantes obras, entre las que se encuentran el José Martí del Parque Central, el Monumento a los Estudiantes de Medicina que está en Colón, y Las Tres Virtudes que coronan la entrada principal del camposanto. El artista, quien se encontraba en Italia, le pide un retrato de Amelia para esculpir una estatua en su honor.
Saavedra culminó la escultura en 1909 y personalmente la trasladó a La Habana, donde fue depositada sobre el osario de la bóveda. Ese día Amelia reencarnó en aquella figura de mármol blanco de Carrara, que asida a una cruz como símbolo del día de la Santísima Cruz, sostiene en su brazo derecho a una bebé que descansa sobre su pecho.
Los trabajadores del cementerio recuerdan que desde ese momento José Vicente, al despedirse cada día de su amada, se quitaba el sombrero, lo colocaba sobre su pecho y se retiraba mirándola de frente. Él era un caballero y consideraba que a las damas no se les puede dar la espalda, mucho menos a su amada.
En 1914 fallece el padre de José Vicente, y como para ese entonces había comprado la bóveda, decide enterrarlo junto a Amelia. Se cuenta que al abrir la sepultura pide ver a su esposa quien, para su asombro, estaba intacta; y la criatura que había sido colocada entre sus piernas descansaba ahora sobre su pecho, justo como la había representado Saavedra. La noticia se corrió por toda la ciudad. ¡En Colón ocurrió un milagro!
Fue así como la tumba de la Amelia de José Vicente se convirtió en el lugar donde habita hoy La Milagrosa de Cuba.

Leocadia y Hermano José

 

 

No son pocos los que hoy acuden al Cementerio de Colón para agradecer a Taita José por cumplirle sus deseos más urgentes. El Hermano José, como también se le conoce, era el guía espiritual de la médium Leocadia Pérez Herrero, quien con sus aciertos y premoniciones se ganó el respeto de creyentes y no creyentes en la Cuba de mediados del siglo pasado.
Cuentan que fue el propio José quien encargó a un pintor el retrato que presidía las sesiones espirituales en la casa de Leocadia, cerca del Café Colón, en el actual reparto Víbora Park. De esta manera sus devotos, además de escucharlo a través de la médium, también podrían verlo. Se dice que Taita solo se dejaba ver por los que asistían a las consultas, pues más de una vez intentaron fotografiar el cuadro, pero en el papel solo se reflejaban manchas.
Leocadia profesaba la religión católica y gustaba de la música clásica, especialmente el violín, pero el espíritu que habitaba en ella poseía varias vidas y se manifestaba en cada una de ellas, según la persona que reclamara su ayuda. Lo mismo podía hacerse presente como guía y consejero de médicos que de maestros, estudiantes y hasta de congos.
No debió resultar fácil para esta mujer, a quien Taita José le anunció su propia muerte, ser la única portadora de consejos y anuncios que decidían el camino de otros; pero encontró la manera de vivir en armonía con sus entes. En retribución, Taita juró fidelidad a su médium, anunciando que al morir Leocadia, no reencarnaría en ninguna otra persona, jamás.
Así dejaron este mundo «juntos». El 3 de junio de 1962, acompañada por un cortejo fúnebre impresionante, Leocadia Pérez Herrero era enterrada en la Necrópolis Cristóbal Colón, junto al cuadro de Taita José.
Sus más fieles devotos no se resignaron a la idea de perderlos para siempre y convirtieron la tumba de Leocadia y el Hermano José en lugar de peregrinación permanente. Hoy llegan los necesitados y vuelven los agradecidos a reencontrarse con quienes, desde el más allá — se dice —, todavía escuchan la voz de los vivos.
Cada 19 de marzo, día de San José, despierta Colón en medio de un gran toque de violines, tradición que junto a las ofrendas y las peticiones de ayuda e intervención, han hecho de esta historia un mito popular que trasciende nuestros mares.

El hombre enterrado de pie

“Ese hombre nació de pie”, así decimos en buen cubano cuando hablamos de alguien a quien la suerte le sonríe. Pero Eugenio Casimiro Rodríguez Carta decidió que incluso después de su muerte, seguiría “bien paraó”, y a solicitud propia fue enterrado de pie, convirtiéndose en el único cadáver dispuesto de esta sui géneris manera en la Necrópolis Cristóbal Colón.
En 1918 fue condenado a muerte por asesinar al alcalde de Cienfuegos, pero le fue conmutada la sentencia a cadena perpetua en el Castillo del Príncipe en La Habana. Cuentan que un día, mientras barría el penal, conoció a una dama que visitaba el lugar y comenzó así un furtivo romance tras las rejas.
La joven resultó ser María Teresa Zayas, hija del entonces Presidente de la República, Alfredo Zayas, quien comandó el país de 1921 a 1925. Fue tanta la pasión que despertó en ella el afortunado Casimiro que la joven no descansó hasta gestionar su indulto, y por si fuera poco le abrió las puertas de la alta sociedad de la época al desposarse con él.
El inteligente yerno supo aprovechar muy bien las influencias del presidente Zayas e inició una carrera política que lo llevó a ocupar altos cargos en la Cámara de Representantes del Partido Conservador.
Según decía el propio Casimiro, un hombre que había caído de pie en la tierra debía llegar de pie al infierno. Y como símbolo irónico de su buena suerte, se hizo enterrar con el fusil con el que había asesinado al alcalde de Cienfuegos.

 

(1) Se pensó construir cerca del Castillo del Príncipe pero se desechó esta idea porque esta construcción militar debía estar lejos de cualquier institución para poder hacer sus labores de pirotecnia.
(2) Única en el país en construcciones funerarias.

 

Fuentes:

 

La Milagrosa: Fuente: Ruiz Guzmán, María Antonia. Un amor de Leyenda. Primera Edición, abril 1997. (folleto) Archivo del Área Museológica de la Necrópolis Cristóbal Colón.

Leocadia y Hermano José: Fuente: Archivo del Área Museológica de la Necrópolis Cristóbal Colón.

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Comentarios



Fermín Manuel Fornaris Campa / 21 de diciembre de 2018

donde puedo encontrar la tumba de José Fornaris Luque y de Juan Clemente Zenea Fornaris?

joslyn suarez / 4 de marzo de 2015

Buenas. Por favor de comunicarse con migo. Necesito informacion de mi abuelo enterrado en este cementerio. Se llama celestino suarez diaz. Fallecido 1-1-77.