Fidel sobre Raúl: “Es para mí un privilegio que, además de un extraordinario revolucionario, sea un hermano”
3 de junio de 2020
| “Es para mí un privilegio que, además de un extraordinario revolucionario, sea un hermano”.
Fidel
Dicen que una vez Fidel se emocionó tanto hablando de Raúl que no pudo más que pararse en la sala mientras su hermano se cuadraba y le decía: “Comandante en Jefe, ordene”. Aquel día terminaron en un abrazo con los ojos cerrados, en lo que pudo parecer un año. Pero antes, mucho antes de ser Fidel y Raúl ellos, como dos hermanos cualquiera, también se tiraron almohadas jugando en su cuarto.
En el cumpleaños 89 de Raúl Castro, el sitio Fidel Soldado de las Ideas y Cubadebate comparten las historias de pequeños de dos seres, que a decir de Alfredo Guevara, se complementaban tanto que, “casi sin hablar se distribuyen las tareas. Dos hermanos no por la sangre, sino porque la Revolución los une de un modo indisoluble”.
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Raúl tenía ocho años cuando los padres decidieron enviarlo a donde estudiaban sus hermanos varones, el Colegio Dolores, en Santiago de Cuba. Allí estuvieron los tres hasta aprobar los cursos correspondientes y fue donde se fortaleció la comprensión mutua que se profesarían a lo largo de la vida.
– ¿Su hermano Raúl, también estaba con usted?, le preguntó en Cien horas con Fidel, Ignacio Ramonet al líder histórico.
“Eso tiene una historia. Él estaba allá en Birán, tenía de 4 a 5 años menos que yo, era el más chiquito, en la casa siempre peleando con él… Estuvo interno con nosotros en la escuela de La Salle cuando tenía unos 5 años. En un cuarto de cuatro, estábamos Ramón, él y yo más Cristobita, que era el hijo del administrador de un aserrío de una empresa extranjera, la Bahamas Cuban Company, que explotaba parte de los pinares de Mayarí con mi padre. Raúl era entonces un poco malcriado, a veces yo tenía que regañarlo, pero Ramón era su defensor”.
Sobre esto, Ramón recordó en una ocasión que Fidel y Raúl se provocaban y molestaban el uno al otro. Era habitual que, luego de acostarse, discutieran sobre quién debía apagar la luz de la habitación que compartían los tres. De las palabras, pasaban a la acción y comenzaban a lanzarse almohadas y otros objetivos, hasta que Ramón se levantaba y la apagaba.
Raúl se distinguía por su carácter vivo y travieso, le gustaban las burlas y gastarle bromas al “serio Fidel”, quien en ocasiones le dio algún cocotazo; entonces Ramón intervenía y restablecía el orden.
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Cuando Raúl regresó a Birán al padre le llegaron rumores de que su hijo, en conversaciones con obreros del lugar, no ocultaba sus inquietudes por la situación social de la zona, en particular por la voracidad de las compañías estadounidenses que rodeaban la propiedad familiar.
Según dijo Ramón, don Ángel decía: “Yo le rompo las costillas a este becerrito. Lo enviaré a La Habana con Fidel, pues si se queda aquí, crecerá un comunista”. Este deseo del padre coincidía con el de Fidel que había llegado para las vacaciones de verano e insistía en que su hermano menor debía continuar los estudios y se comprometía a encargarse personalmente de su educación.
– ¿Y usted formó a Raúl?
“Yo, cuando iba de vacaciones, escuchaba sólo críticas de nuestros padres, les digo: ‘Denme la responsabilidad, yo me ocupo de él’, y entonces empecé. Él estaba por la libre allí. Más tarde, le di a leer algunos libros, le interesaron, le desperté el interés por el estudio y entonces concebí la idea de que él había perdido equis tiempo, que pudiera hacer estudios; universitarios y había una vía, que era a través de la llamada carrera administrativa.
“No era muy difícil; si usted estudiaba esa carrera podía ingresar después a estudiar una carrera de letras, Derecho Diplomático y hasta abogado. A mí se me ocurrió esa idea, convenzo a mis padres y él viene para La Habana. Pero ya yo, en esa época, me dedicaba a adoctrinar a todo el mundo”.
***
En 1950, Raúl viajó a La Habana. Fidel lo matriculó en una academia para que nivelara los estudios y pudiera hacer el examen de ingreso a la universidad. En el curso 1950-1951 matriculó como estudiante en la carrera de Administración de la Facultad de Derecho. Vivió en el apartamento de su hermano, quien ya era un abogado en ejercicio. Raúl siguió el mismo camino transitado por Fidel, y se convirtió en un activista del movimiento estudiantil.
Raúl absorbió con avidez cuanto ocurría a su alrededor, participó activamente en los mítines y manifestaciones estudiantiles contra el poder abusivo y contactó con jóvenes de izquierda como Pedro Miret.
Como siempre, el más importante educador político de Raúl continuó siendo Fidel. El primer libro que Fidel le dio a leer fue El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, de Federico Engels, luego le entregó otros y le aclaraba las cuestiones que no entendía.
– Su hermano Raúl estaba entonces en la Juventud Socialista, que era del Partido Comunista, ¿verdad?
“Bueno, Raúl ya era bien de izquierda y, realmente, quien lo introdujo en las ideas marxistas leninistas fui yo.
– ¿Ingresa por su cuenta? pregunta Ramonet.
“Sí, él siempre tuvo criterios propios”.
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Pocas veces Fidel y Raúl se separaron. La admiración, el respecto, el cariño y la lucha no los dejaron. Raúl, desde el inicio, compartió el criterio sustentado por Fidel de que la lucha armada era la única salida a la situación creada por el golpe militar del 10 de marzo de 1952, y se integró a las actividades de preparación del movimiento que este había fundado, sin dejar de actuar en otras direcciones.
Participó junto a Fidel en el asalto al Cuartel Moncada. Fue arrestado y conducido al Moncada. Luego en las sesiones del juicio, el joven Raúl asumió una posición vertical, expuso su punto de vista político, coincidente con los postulados de Fidel en su alegato “La historia me absolverá”, que pronunciara días después. Mucha lucha los uniría después: Isla de Pinos, México, el Granma…
Pocas veces Fidel y Raúl se separaron. El 18 de diciembre de 1956 marca quizás uno de sus reencuentros más memorables en Cinco Palmas. Después de un fuerte abrazo y días separados luego del desembarco del yate Granma, tuvo el memorable intercambio de frases:
“¿Cuántos fusiles traes?, preguntó Fidel. “Cinco”, respondió Raúl. “¡Y dos que tengo yo, siete! ¡Ahora sí ganamos la guerra!”, sentenció Fidel.
Todas las historias aquí narradas parten de los libros Cien horas con Fidel, de Ignacio Ramonet; Todo el tiempo de los cedros, de Katiuska Blanco; y Raúl Castro, un hombre en Revolución, de Nikolai S. Leonov.
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