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Santiago alumbra la frescura del tiempo

31 de julio de 2015

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Santiago de Cuba, una de las villas fundadas en el siglo XVI por la corona española en el oriente de la isla, está marcada por una magia especial.

 

Quizás por sus empinadas calles, quizás por su asfixiante calor, quizás por su espléndida bahía, Santiago es un espacio privilegiado de la geografía de la mayor de Las Antillas.

 

Pero más que por esos atributos naturales, Santiago es reconocida, admirada y reverenciada por su probado heroísmo, por su contagiosa alegría, por su incuestionable hospitalidad.

 

Ahora que Santiago de Cuba celebra sus jubilosos cinco siglos de existencia, leamos algunos de los poemas que autores cubanos, de diversas generaciones y estilos, le han dedicado a la majestuosa ciudad.

 

 

SANTIAGO DE CUBA

Deja que los muertos entierren
a sus muertos

¡Es Santiago de Cuba!
¡No os asombréis de nada!

¡Por allí anda la madre de los héroes!
¡Por allí anda Mariana!
¡Estaréis ciegos
si no veis ni sentís su firme y profunda mirada…!
¡Estaréis sordos si no escucháis sus pasos;
si no oís su tremenda palabra!

“¡Fuera! ¡Fuera de aquí!
¡No aguanto lágrimas!”

Así exclamó aquel día, junto al cuerpo de Antonio
—¡de Antonio, nada menos, que sangraba
herido mortalmente!— cuando todas
las mujeres allí gemían y lloraban…!

“¡Fuera! ¡Fuera de aquí!
¡No aguanto lágrimas!”

¡Es Santiago de Cuba!
¡No os asombréis de nada!

Allí las madres brillan
como estrellas heridas y enlutadas.
Recogieron el cuerpo de sus hijos
derribados por balas mercenarias,
y, después, en la llama del entierro,
iban cantando el himno de la Patria.

¡También lo iban, junto a ellas,
el corazón, sin sueño, de Mariana…!

“¡Fuera! ¡Fuera de aquí!
¡No aguanto lágrimas!”

Hay muertos que, aunque muertos, no están en sus entierros;
¡hay muertos que no caben en las tumbas cerradas
y las rompen, y salen, con los cuchillos de sus huesos,
para seguir guerreando en la batalla…!

¡Únicamente entierran los muertos a sus muertos!
¡Pero jamás los entierra la Patria!
¡La Patria viva, eterna,
no entierra nunca a sus propias entrañas…!

¡Es Santiago de Cuba!
¡No os asombréis de nada!

¡Los ojos de las madres están secos
como ríos sin agua!
¡Están secos los ojos de todas las mujeres!
Son fuentes por la cólera agotadas
que están oyendo el grito
heroico de Mariana:

“¡Fuera! ¡Fuera de aquí!
¡No aguanto lágrimas!”

¡Venid! ¡Venid, clarines!
¡Venid! ¡Venid, campanas!
¡Venid, lirios del fuego,
a saludar las rosas de vuestras propias llamas!

Manuel Navarro Luna (Matanzas, 1894-La Habana, 1966)

 

A SANTIAGO DE CUBA VUELVO DESPUES DE TANTO Y TANTA GEOGRAFIA

Una pareja de mariposas junta los tres largos colores de sus alas
en la cúspide del tabloide que pone ante mí las ficciones,
los testimonios y las crónicas del regreso. Sostengo con gran
delicadeza
el núcleo de personajes y páginas, para que nada interrumpa la
primavera
en su canto nupcial, usando de todos mis equilibrios, bebo sorbos
de aire tibio, de modo que ninguna imprevisión espante
los clásicos representantes del amor y reclamado por un resorte
a la altura del corazón, viajo en la velocidad de los picos,
me incorporo a las montañas.

Es que estoy de nuevo en Santiago,

Las heridas del Moncada se multiplicaban en la ciudad
a la que vine con la adolescencia a vivir, mas bien que a contemplar
las muertes que todavía no eran la victoria.

Va descendiendo el ómnibus y cuando entro de golpe en las
viviendas
cómo no ver los impactos del plomo, los resplandores diversos del
fuego,
el rastro de lo acontecido en las ventanas, en los rostros mayores,
y cómo no ver aún el cauce de ese río magnifico que fue el
clandestinaje
y la sombra cada vez más azul de la Sierra Maestra.

Dulcemente las mariposas separan sus instintos y se van volando
al porvenir.

Que sea de esa estirpe cada acto, cada una de las fecundaciones,
cada gestión del hombre, en Santiago que nunca dio por muerto
el brazo armado de Abel Santamaría, en Santiago de Cuba
donde ferazmente asumo mi regreso, siempre con la montaña azul
de la Revolución, después de tanto y tanta geografía.

Luis Suardíaz (Camagüey, 1936-La Habana, 2005)

 

 

PARA UNA DEFINICIÓN DE LA CIUDAD

Si encuentras alguna piedra
que no haya sido lanzada contra el enemigo
si descubres una calle por donde no haya pasado
nunca un héroe
si desde el Tivolí no se ve el mar
si hay alguna ventana
que no se haya abierto nunca a las guitarras
si no encuentras ninguna puerta abierta
puedes decir entonces que Santiago no existe.

Waldo Leyva (Villa Clara, 1943)

 

 

UNA ROSA

Los ojos de Abel Santamaría
están en el jardín.
Mi hermano duerme bajo las semillas.
Santiago alumbra
la frescura del tiempo
que nos tocó vivir.
Un niño baila
el dulce aire de julio
en la montaña.
Alguien escucha su canción
bajo el estruendo puro
de una rosa.

Nancy Morejón (La Habana, 1944)

 

 

 

ESPÍRITU DE LA MONTAÑA

(Al maestro René Valdés
y a su escultura en el Puerto de Boniato)

La lluvia flota en gotas violetas y amarillas delante de mis ojos de granito. Huele a piedra lavada. Tejo mi red en el abismo, en cada punta de montaña. La bahía es una serpiente de plata. El humo diluye las altas chimeneas. Las líneas se cortan en pequeñas cuadrículas. Un pincel ha puesto la naturaleza y la maldad en un cuadro gigante.

Tengo oídos para escuchar el sonido de los besos y el claxon, para escuchar al poeta de Granada con sus limones encendidos.

Me embriaga el olor de la carne asada y el polvo, el olor de los excesos.

Entre las hojas del framboyán, emerge el sol. Detrás de la niebla, la ciudad vieja es una aparición.

Reinaldo Cedeño Pineda (Santiago de Cuba, 1968)

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