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Violencia en aumento

22 de enero de 2019

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Parecía imposible que pudiera existir mayor violencia en Brasil que la que tiene actualmente, principalmente en las principales ciudades, pero con la asunción presidencial de Jair Messias Bolsonaro es muy posible que la cifra de muertos rompa records, sin contar el alto grado de daño moral, impotencia ante la impunidad y las venganzas de odio que representa.

Lo sufre, por ejemplo,  Lucas Fordes, de 16 años, físicamente un clon del futbolista francés MBappé, que se mueve inquieto en una silla con ruedas. Sus historias: la del día en que lo policías entraron en la escuela a buscar a un atracador que había robado un móvil y amenazaron con disparar. O el periodo en el que el Ejército tomó el control de la favela de Maré, donde vive, antes de los Juegos Olímpicos de Río de 2016. “No podía andar con tranquilidad en la calle sin ser abordado o revisado”.

La noche en que mataron a su padre: una madrugada, durante el periodo de ocupación militar, estaba bailando con unos amigos, cuando los militares se acercaron y en un choque con ellos le propinaron unas descargas eléctricas. Había testigos, pero no pasó nada. El caso sigue pendiente de una decisión judicial. “Se está tramitando”, le dijeron.

Pero no sólo en el modesto barro de Maré, sino también en el selecto de Ipanema, donde Fernanda Franco, de 35 años, frente a una librería, asegura que “todo esto es muy peligroso” y recuerda que le han intentado atracar en dos ocasiones con un arma en el último año. Por eso, dice, votó por Bolsonaro, aunque la mueca que hace esconde una suerte de petición de perdón.

En el país más grande de América Latina los datos de las muertes violentas no han parado de subir en los últimos años. En el 2017 batió un récord, 63 880 homicidios, unos siete por hora. En el 2018 se estima que fue mayor, y en el 2019 cualquier cosa se puede esperar.

Indignados, los ciudadanos quieren respuestas rápidas. Y la extrema derecha aprovechó todo esto como uno de los factores que le ayudaron a escalar el poder, en un ambiente preparado por el imperialismo y los entes fascistas con la deposición ilegal de una Presidenta, Dilma Rousseff, el injusto encarcelamiento de Lula, la corruptela judicial imperante para avalar cualquier fechoría electoral y la virtual militarización del país para asegurar el triunfo de Bolsonaro,

También la ultraderecha se alimenta de la pasividad con que las centrales sindicales, incluso las controladas por partidos de izquierda, han asumido el papel de gendarme contra la clase obrera que está jugando el actual mandatario.

La ola de inseguridad fue y es munición para sus propuestas. Con un duro discurso que refleja toda esa indignación, acompañado por su característico gesto en el que simula una pistola con el pulgar y el índice, Bolsonaro está facilitando el acceso a las armas de la gente común; estimula que los policías maten, al decir que más que ser procesado, quien ejecute a un criminal deberá ser condecorado; y endurece el código penal, para incrementar de presos las ya superpobladas cárceles.

Más que un antídoto, esto propicia un incremento de la violencia.

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