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Venturas, aventuras y desventuras del G-7

2 de junio de 2017

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La tan publicitada Cumbre de los países integrantes del Grupo de los Siete (G-7), un encuentro donde periódicamente se supone que los países más poderosos del planeta deciden sin consultar a nadie –ni a las Naciones Unidas–, el probable destino de la humanidad, culminó en Sicilia hace pocos días con resultados un tanto confusos y menos brillantez de la que esperaban sus participantes, particularmente los europeos.

La presencia por primera ocasión del controvertido mandatario estadounidense Donald Trump fue esta vez –como ocurrió en la Cumbre de la OTAN que la antecedió en Bruselas–, el “plato fuerte” y la comidilla de los medios de prensa que así saciaron su afán de sensacionalismo por un lado, y en el caso de los medios yanquis hostiles mayoritariamente a Trump no perdieron oportunidad para ridiculizarlo y poner en evidencia sus torpezas protocolares.

Al margen de esos pasajes grotescos que la prensa reflejó con las más variadas intenciones, si puede establecerse sin dudas que el encuentro pareció marcar el fin –al menos temporalmente–, de la “luna de miel” que durante las décadas recientes disfrutaron Estados Unidos y Europa, bajo la égida indisimulada de Washington y la aparente tolerancia de Alemania hacia esa prepotencia, que se hizo sentir cada vez más a partir de la llamada “caída del Muro de Berlín”.

Fue bajo ese concepto idílico en que ambas partes se asociaron según sus conveniencias, para participar en acciones punitivas como la guerra de los Balcanes y la desintegración de Yugoslavia, la agresión contra Iraq y Siria y la destrucción de Libia, por citar solo algunos ejemplos.

Tal como sucedieron ahora las cosas en el pequeño poblado italiano de Taomina, ese idilio comienza a ponerse en cuestionamiento al reemerger allí con fuerza las contradicciones entre Estados Unidos y Alemania, que ya habían brotado durante la pasada visita de Angela Merkel a Trump en la Casa Blanca.

No puede ignorarse que Berlín es la cabeza visible y más prominente de la Unión Europea y su principal beneficiaria, por lo cual estas relaciones borrascosas se reflejarán inevitablemente en la UE y su gestión futura, tanto política como económica, y aun más allá, en el seno de la OTAN.

Las demandas imperiales de Trump ya habían sido anunciadas durante su campaña pero estos socios europeos parece que no les hicieron mucho caso. Ellos confiaban en la segura victoria de Hilary Clinton y ahora se enfrentan a una nueva e inesperada realidad.

En temas como el Acuerdo de París sobre cambio climático, acerca del cual Trump se negó a pronunciarse en Sicilia y postergó para un futuro cercano pero indeterminado, defraudó y a la vez despreció a sus anhelantes socios. Días después anunció la salida oficial de Estados Unidos del citado acuerdo.

Aunque bajo fuego graneado en lo interno, enfrentado a numerosos cuestionamientos y procesos de dudoso desenlace por parte de quienes buscan su enjuiciamiento o renuncia, el recién estrenado presidente yanqui les confirmó a sus más cercanos aliados que no se equivoquen y que este gobierno imperial está dispuesto a ser “el primero entre los pares”.

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