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Venezuela y la “democracia” foránea

3 de agosto de 2017

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Las amenazas y sanciones —económicas, financieras, diplomáticas y militares— se han convertido en un pasatiempo vil de quienes se han propuesto dominar al mundo y con esa aspiración han llevado a la humanidad al borde del apocalipsis.

Me refiero a cuanta administración haya ocupado la silla presidencial en la Casa Blanca norteamericana. Los ha habido de los dos partidos —demócrata y republicano—que se han convertido en los verdaderos dictadores del sistema económico y social que ha creado el mundo de desigualdad y desgobierno al que pretenden llevarnos.

Los discursos pre electorales —creídos por los que se benefician de esa política y no creídos por lo que saben de antemano que una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace— forman parte del show que, financiado por contribuciones multimillonarias y con un gran poder mediático a su servicio, marcan el devenir de cada ejercicio electoral en Estados Unidos.

En ese país llamado “democrático” se han elegido presidentes con solo el 25% de los votos. Incluso, en las últimas elecciones, llegó al poder Donald Trump, a pesar de tener varios puntos porcentuales de votos menos que su contrincante demócrata Hillary Clinton.

¡Viva la democracia! Proclaman los gobernantes imperiales. “Aunque sea una democracia viciada”, agregaría yo.

Lo más reciente en este vergonzoso ejercicio “democrático” —con una carga dictatorial a su máximo grado— es lo que está sucediendo con la administración Trump respecto a las elecciones para la Asamblea Constituyente en Venezuela.

No hace falta ser un político, ni un científico, para darnos cuenta de cuanta falacia y prepotencia hay detrás de las medidas anunciadas por el multimillonario Trump contra el gobierno y el pueblo de Venezuela.

Es insólito que una gran potencia como Estados Unidos dictamine cancelar la visa al presidente de un país elegido democráticamente como Nicolás Maduro —no como eligieron al propio Trump—, prohibiéndole la entrada a tierra norteamericana, donde entre otras cosas está la sede de la ONU y otros mecanismos multilaterales que se supone rijan la política e impongan sensatez en la solución de conflictos o que busquen el imperativo de la solidaridad para ayudar a paliar el hambre, curar las enfermedades y abolir otros males que afectan a más de la mitad de la población mundial.

¿Qué hará ahora la distinguida ONU, cuando los anfitriones no dejen que un presidente de una nación independiente y soberana, pueda asistir a las sesiones de la Asamblea General, por el solo hecho que a Trump y sus asesores no le gustó el ejercicio verdaderamente democrático donde más de ocho millones de venezolanos dijeron Sí a la Asamblea Constituyente.

El presidente estadounidense, para hacer lo mismo que sus antecesores, buscó en este caso a un peón de los varios que forman parte de la política que desde Miami, se han propuesto —y lo han logrado— decidir lo que se hace respecto a América Latina.

Se trata de Marco Rubio, que impuso la matriz de “Maduro dictador”, para que todos los cañones imperiales y algunos que otros aliados de la región y de Europa, lanzaran sus dardos envenenados contra la Venezuela que hizo este verdadero ejercicio popular el pasado domingo.

Lo decidido por los venezolanos está consignado en el artículo 347 de la actual Constitución donde se lee: “El pueblo de Venezuela es el depositario del poder constituyente originario. En ejercicio de dicho poder, puede convocar una Asamblea Nacional Constituyente con el objeto de transformar el Estado, crear un nuevo ordenamiento jurídico y redactar una nueva Constitución”.

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