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Una historia embrujada

28 de abril de 2014

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Corría el año 2001 y de pronto el 11 de septiembre, unos atentados terroristas sobre Nueva York y Washington, al margen de las lamentables pérdidas humanas y las destrucciones provocadas, se convirtió en la bandera de “justicia” que buscaba el entonces presidente norteamericano George W. Bush, para emprender el más burdo y criminal de los actos que llevarían entre otras cosas a la creación de una cárcel en la ilegal base de Guantánamo, Cuba.
Precisamente en abril del 2002, llegaban allí los primeros prisioneros a bordo de aviones norteamericanos que los traían desde cárceles secretas, también inventadas por Bush, luego de cazar como animales salvajes a quienes tuviesen facciones árabes o parecieran terroristas de acuerdo al patrón norteamericano.
La prisión, según se fue llenando de reos, se iba convirtiendo en una fuente de escándalo internacional por las ilegales razones en que fueron detenidos aquellos hombres, las torturas a que eran sometidos y la falta del más mínimo instrumento legal que los pudiera representar.
Bush, como en muchas otras ocasiones, hizo caso omiso a las denuncias e involucró a varias dependencias de su gobierno —CIA, Departamento de Estado, fundamentalmente— para que aplicaran con toda la fuerza imperial, las más brutales torturas que llevaron a algunos reos a la muerte y a otros al suicidio.
Así transcurrió el tiempo en medio de aquella nebulosa “legal”, hasta que un nuevo mandatario —Barack Obama—alcanzó la silla presidencial en la Casa Blanca.
Obama, entre sus primeras promesas, aseguró que “cerraría la cárcel de Guantánamo porque era una verdadera vergüenza para Estados Unidos”.
Quizás esos compromisos más mediáticos que reales, le dieron argumento a la Academia encargada de otorgar los Premios Nobel, y —sin mérito ni historia política alguna y sin cerrar la prisión de Guantánamo— de pronto el mundo tuvo a un Obama investido con tan significativa distinción y a quien se le recomendó que “si ya tenía el Premio, ahora le correspondería ganárselo”.
Honestamente pienso que el mandatario no se había percatado entonces sobre la distancia que media entre las promesas y la realidad en el entramado político de ese país. O no lo sabía o lo sabía y jugó con ello a la politiquería de ofrecer mucho y hacer poco o nada.
Lo real es que hoy, cuando se cumplen 12 años de la apertura de aquel ilegal almacén de presos en una también ilegal base instalada en el territorio usurpado a Cuba, quedan 154 presos, muchos sin acusación alguna y todos marcados por las brutales torturas arremetidas contra ellos.
De acuerdo con despachos de prensa los que aún están bajo las rejas son de 20 países y 76 de ellos tienen “aprobación de transferencia”, es decir que si aparece alguna nación que los acepte, serían repatriados.
Se comenta que en la actualidad el gobierno de Obama hace gestiones con países como Uruguay, Colombia, Brasil y Alemania para que reciban a algunos detenidos.
Y algo tétrico y curioso: un total de 45 prisioneros no recibieron esta “aprobación de transferencia”. Son considerados demasiado peligrosos para ser liberados pero no pueden ser juzgados por falta de pruebas en su contra.
Otra expresión concreta de lo que ha ocurrido en esa cárcel es que nueve reos murieron en ella, el último, el yemení Adnan Abdul Latif, probablemente por suicidio en setiembre de 2012.
Para cerrar este comentario con algo de ironía —esa que tanto abunda en la política—, vale traer a colación lo dicho recientemente por el vocero del Departamento de Estado de los Estados Unidos para América Latina, Justin Thomas, quien aseguro que “para Obama es una prioridad cerrar el centro de detención en Guantánamo”.
Qué les parece esta confesión sobre una historia bastante embrujada de la política de Estados Unidos.

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