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Un mal de siglos

14 de junio de 2013

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El más reciente diferendo entre Venezuela y Colombia influye desfavorablemente en la buscada estabilidad del proceso político venezolano, perennemente amenazado por una ultraderecha millonaria y dueña de los principales medios de comunicación que trata de llegar al poder por cualquier vía, y que ahora, incluso, ha comprado 18 aviones de combate como parte de su arsenal contrarrevolucionario.
La conciliación entre Caracas y Bogotá es necesaria sobretodo para la prosecución de las conversaciones de paz  entre las guerrillas y el gobierno de Colombia, que comienzan a fructificar favorablemente, lo cual conspira contra los intereses que la oligarquía colombiana ha mantenido durante décadas.
Nada nuevo se ha escrito, ni debe sorprender, porque el germen de la conspiración contra la paz surgió desde la llegada de los primeros colonizadores a este continente.
Desde el arribo de Cristóbal Colón y el inicio de las guerras de independencia en Suramérica pasaron casi 320 años, además de que tardó otros 90 para que se liberara la última colonia española, Cuba.
Pero quedaba una herencia de exclusión de los pueblos originarios y el modelo económico basado en la agro exportación, la plantación y el latifundio, la preponderancia alcanzada por la Iglesia Católica y una burguesía y unas oligarquías nativas que eran política, económica y culturalmente de las potencias coloniales.
Esta mala mezcla pseudoindependentista que asumía el poder dieron lugar al caudillismo, dictaduras y si acaso copias de democracia.
Por supuesto que la institucionalidad política quedó estancada durante más de 200 años, ya que no se podía esperar otra cosa del subdesarrollo económico, la dependencia al capital extranjero, la imitación de los modelos foráneos, el caudillismo y el populismo.
Cierto que hay ejemplos de intentos para introducir cambios funcionales –en los que hay que reconocer sus méritos, principalmente por su valentía-, aunque sin renunciar al modelo económico tradicional.
Así descuellan las figuras del mexicano Lázaro Cárdenas (1934), el brasileño Getulio Vargas (1936), el argentino Juan Domingo Perón (1946), el costarricense José Figueres (1948) y el guatemalteco Jacobo Arbenz (1954), pero no fue hasta 1959 que Fidel Castro dirigió en Cuba una Revolución que fue el intento más exitoso y profundo de realizar cambios estructurales y sustituir el modelo de democracia representativa, por una directa, que hoy experimenta políticas para lograr el perfeccionamiento institucional.
Lo más reciente fueron los caminos propios escogidos por la Revolución Bolivariana encabezada en Venezuela por Hugo Chávez, la refundación de las estructuras del Estado (Estado Plurinacional) dirigida por Evo Morales en Bolivia, y la Revolución Ciudadana conducida por Rafael Correa en Ecuador.
Otros movimientos conducidos por fuerzas de izquierda o populares están avanzando en otros puntos del continente, mediante referéndum que están ganando.
Pero la reciente experiencia de las elecciones presidenciales de Venezuela, donde triunfó limpiamente el continuador de la obra emprendida por el fallecido líder Hugo Chávez, las conspiraciones contra Evo Morales, en Bolivia, y Rafael Correa, en Ecuador, muestran claramente los continuados y variados matices empleados por los agentes del Imperio para defenestrar revoluciones netamente populares.
La conspiración de la ultraderecha venezolana, ahijada principalmente desde Miami, y los devaneos de las autoridades de Bogotá con la Organización del Tratado del Atlántico del Norte enseñan claramente que hay que estar alertas y firmes, aunque, al mismo tiempo, flexibles para resolver o por lo menos anular temporalmente, mediante el diálogo político, el peligro de la confrontación.

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