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Ucrania y la “democracia” occidental

24 de febrero de 2014

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Tres elementos claves hacen de la situación en Ucrania un laberinto que puede crear precedentes funestos para la estabilidad y la gobernabilidad de los países.
En primer lugar lo que en esa nación europea se ha producido es un golpe de estado.
En segundo lugar, ese golpe lo han perpetrado elementos nacionalistas extremistas, tal parece conocedores de una doctrina fascista con la bandera del terrorismo en la bayoneta de los fusiles.
Y en tercer lugar, las ciudades, los edificios gubernamentales, el trasporte y otros han sido incendiados y quienes, desde la autoridad quisieron evitarlo, fueron muertos o heridos a la vista de todos.
Así vivió Ucrania las últimas semanas, mientras el poder mediático occidental lanzaba otra guerra, la de la manipulación, que llamaba a la exacerbación y el odio, a la toma del poder por cualquier vía.
En momentos en que Kiev ardía, desde Washington y varias capitales europeas, se echaba más leña al fuego, se incentivaba a los llamados opositores devenidos en grupos vandálicos, a lanzar la última estocada contra un gobierno electo democráticamente.
Todo eso lo hace Occidente en nombre de la “democracia”, esa palabra que se suele utilizar a la conveniencia y con la interpretación que al respecto tengan los centros de poder hegemónico.
Esta realidad se aprecia con mucha claridad no solo en Ucrania, sino en otros focos de tensión estimulados desde Occidente con el solo fin de desestabilizar gobiernos, tumbar presidentes y dividir pueblos.
Sin embargo, en el caso ucraniano percibo algunas contradicciones en cuanto a la forma de defender la estabilidad y gobernabilidad, sin dejarse tomar la iniciativa terrorista y conduciendo el orden con todas las facultades que la Constitución del país ofrece.
No imaginé nunca que se dejara crecer el fascismo, que se permitiera el incendio de instituciones y la muerte de personas que defendían la estabilidad y el orden.
No hace falta violentar mecanismos institucionales, pero sí saber preservar el poder entregado por el pueblo en elecciones; usar la autoridad y las instituciones civiles y militares que deben salvaguardar a ese gobierno, de manera que se cortara a tiempo cualquier brecha abierta por esos grupos.
Si se quieren tener antecedentes del por qué Occidente ha estimulado la situación a la que ha sido llevaba Ucrania, es suficiente retrotraerse a lo que los medios occidentales llamaron en su tiempo la Revolución Naranja de 2004.
“Ustedes son héroes, son lo mejor de Ucrania”, dijo la líder opositora, Yulia Tymoshenko, como calificativo a los grupos vandálicos, cuando irrumpió en Kiev el último sábado.
Ese mismo día se divulgaba la noticia de que el presidente ucraniano, Viktor Yanukóvich, había dejado la capital del país y salido sin rumbo conocido.
Tal decisión hizo más vulnerable aun el orden de la nación, y permitió que las hordas violentas se apoderaran de los edificios del gobierno a los que antes les habían prendido fuego.
Ahora, las oficinas de la presidencia en la capital están sin custodia y manifestantes de la oposición parecen haber tomado el control del perímetro del edificio, según informó la BBC.
El Parlamento (Rada), ahora bajo la tutela total de los partidos Batkivschina (de la ex primera ministra Yulia Timoshenko), Udar (Golpe) de Vitali Klichko, y la nacionalista Svoboda (Libertad), de Oleg Tyanibok,  dispuso la celebración de elecciones presidenciales el 25 de mayo de 2014.
Y, aunque el acuerdo entre el presidente Viktor Yanukóvich y los opositores establecía la creación de un gobierno de coalición, ahora resulta lo contrario, por cuanto la repartición de ministerios y órganos estratégicos de poder recayó totalmente en las tres formaciones opositoras.
Tal situación totalmente antidemocrática pero apoyada por Occidente, ha llenado de incertidumbre a amplios sectores sociales y políticos, mientras el gubernamental Partido de las Regiones sufre una masiva deserción de sus filas por la ruptura ante las concesiones y medidas del presidente Yanukóvich, según declaraciones de muchos diputados.
El funesto precedente creado en Ucrania tiene, además, el componente anti ruso que estimulan Washington y la Unión Europea, con el ánimo de cercar cada vez más a Moscú, hacia donde se enfilan no solo el escudo anti misiles montado por la OTAN, sino una guerra mediática en un tablero de ajedrez donde Kiev parece haber declinado al rey.

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