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Todos son perdedores

23 de octubre de 2013

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Mucho se está escribiendo en estos días acerca del arreglo temporal al que llegaron la Administración Obama y el sector del Poder Legislativo -fundamentalmente de la Cámara de Representantes y dentro de ella del llamado Tea Party-, para finalmente autorizar al Departamento del Tesoro a emitir más bonos de deuda hasta el 7 de febrero y reabrir las entidades públicas hasta el 16 de enero.

Uno de los temas más abordados es el que gira alrededor de qué partido o qué tendencia puede haber salido como “victoriosa” -al menos hasta ahora-, por el precario acuerdo logrado y cuál quedó expuesta ante la opinión pública estadounidense y mundial como promotora de un tratamiento irresponsable y aventurero del problema, en aras de satisfacer oscuros intereses politiqueros o de grupo.

En un país donde el conocimiento de la opinión pública se apoya generalmente en las encuestas, sean estas en ocasiones acertadas y otras veces equivocadas, la firma Gallup ha recogido que el Partido Republicano cuenta con un escaso 28 por ciento de apoyo a la actitud asumida y que dio lugar a la profunda crisis de incertidumbre, confianza y desgaste que está viviendo el otrora hegemónico Imperio. Esta cifra resulta ser la más baja experimentada por partido político alguno en la historia de Estados Unidos.

Si esta fuera la realidad, no cabe duda que la  pulseada favoreció hasta el momento al hostigado presidente Barack Obama y al Partido Demócrata, que mostraron una sensación de firmeza en sus argumentos -al menos públicamente-, y no hicieron concesiones de principios, logrando salvar lo que queda de la reforma sanitaria y fortaleciendo las posiciones electorales demócratas ante los próximos comicios legislativos de finales de 2014.

De todos modos, largos meses faltan para llegar allá y el Congreso tiene ahora que enfrentar de inmediato la solución de la deuda pública a largo plazo, sin olvidar la controvertida reforma migratoria y una ley agrícola. Esto significa que el acuerdo temporal alcanzado está lejos de una solución y añade más dudas y confusión hacia el futuro.

Quizás como forma de autoconsuelo y de compasión hacia los republicanos, el asediado Obama dijo que no hubo en este caso ni vencedores ni vencidos, y en buena medida no le falta razón.

Aquí los perdedores fueron todos: fueron los republicanos y también los demócratas, fue el sistema imperial en su conjunto, que exhibe los síntomas de decadencia moral y material que ya habían sido advertidos por no pocos analistas y especialistas estadounidenses. Y perdió, en definitiva, el pueblo de Estados Unidos que de este modo ha podido ver con más claridad, -aunque dramáticamente y a pesar de lo que los grandes medios de comunicación del país imperial le ocultan o distorsionan,- la baja catadura de quienes, poco a poco, los están conduciendo al abismo.

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