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Tierra arrinconada

23 de abril de 2013

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De las crisis que azotan nuestro planeta, la del clima constituye la más peligrosa y fuerte agravante de las demás, por lo cual es un tema recurrente desde hace 12 años, cuando huracanes, tornados, tsunamis y otros elementos violentos se sumaron al continuado deshielo de los casquetes polares e inundaciones de tierras bajas, que han llegado a hacer desaparecer pequeñas islas.
Los gobiernos terrícolas se reúnen periódicamente desde entonces, pero, sin pecar de absolutista, casi nada se ha hecho, y las diversas medidas y protocolos al respecto son incumplidos por la mayoría o no son ni siquiera firmados.
Y es que el dominante neoliberalismo hace que las transnacionales obliguen a tal incumplimiento, al sentir sus intereses en peligro, lo cual incide en el aumento del llamado efecto invernadero, originado por la acumulación en la atmósfera de gases producto generalmente de la actividad industrial, como son el dióxido de carbono, el metano, el óxido nitroso y otros fluorados.
Se sabe que las naciones industrializadas son las principales contaminantes -con Estados Unidos como principal emisor-, las cuales no solo no aportan tecnología a las subdesarrolladas para combatir el mal, sino que presionan para que estas paguen por los daños.
Es presumible saber el estado de salud ecosistémica de la Tierra sin conocer reporte oficial alguno, cuando recordamos que solo el pasado año sequías sin precedentes, producto del calentamiento, afectaron al propio Estados Unidos, México, Brasil, Argentina, África Oriental y el este de la India, entre otras regiones.
El cambiante estado de la vida en el globo, la peligrosa modificación los ecosistemas y la demandante irracionalidad del hombre por los recursos naturales conllevan presiones insostenibles que hacen que la Tierra se siente arrinconada.
A fines del pasado año fue publicada la novena edición del informe Planeta Vivo 2012, que corrobora lo antes expuesto, y hace notar que los índices monitoreados revelan que ya no es posible que el planeta recupere su capacidad de normalización, por lo cual “somos parte de un mundo… que se dirige a un nuevo arreglo global de relaciones ecosistémicas, donde el nicho del humano es cada vez más comprometido”.
Los resultados sobre el uso del agua, bosques, ríos y mares indican que nuestro estilo de vida  es como si tuviéramos un planeta extra a nuestra disposición; actualmente, utilizamos un 50% más de los recursos de los que la Tierra puede proveer y, si no hay cambios para el 2030, dos planetas no serán suficientes.
El índice de Planeta Vivo señala que desde 1970 hay un descenso global de la biodiversidad  en casi un 30% en ecosistemas terrestres, de agua dulce y marinos, pero es mayor para las especies dulceacuícolas, cuyas poblaciones muestran una disminución media del 37%.
Por ello, el biólogo costarricense José Rodrigo Rojas señala que aunque su país siempre ha sido ejemplo por el buen estado de la biodiversidad, también está en peligro, porque consume más de lo que puede producir.
Y esto es porque vivimos una traslimitación ecológica en la huella de carbono, superamos la autonomía que la Tierra tiene para liberarse de gases nocivos y garantizar los procesos de generación de vida.
El planeta se está ahogando y el salvavidas no llega hasta él, porque se lo impiden los egoístas que, mediante una deficiente gobernatura, controlan el actual sistema de desarrollo, basado en el consumismo y la dependencia de combustibles fósiles.
Millones de personas están enfrentando la escasez de alimentos, agua y energía, así como amenazas derivadas por la pérdida de la biodiversidad.
Tenemos un planeta vulnerado por desastres naturales, epidemias, enfermedades, migraciones y conflictos relacionados con acceso a bienes y servicios ecosistémicos. Y es porque, subrayo, los habitantes más afectados son los pobres de esta Tierra que se ahoga y está cada vez más arrinconada.

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