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Talón de Aquiles

31 de enero de 2013

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Rebuscando y acudiendo a viejos y falsos pretextos, los “magos” de las grandes corporaciones, con capital mayormente norteamericano, esgrimen nuevamente la afirmación de que se debe privatizar la naturaleza para lograr su preservación, y en este contexto aseguran, por ejemplo, que las tribus indígenas la destruyen porque “la usan gratuitamente”. Tamaño embuste para volverla “administrable” por tales empresas, tratan de justificar su masiva compra de tierras en diversas partes del mundo, especialmente en Brasil. Este maltrato a la naturaleza multiplica los factores que inciden en un problema medioambiental cada vez más grave, de tal manera que se convierte en el Talón de Aquiles que haría desaparecer la vida en nuestro planeta, sin que ocurriera una conflagración nuclear. Cuando Estados Unidos hizo caso omiso del Protocolo de Kyoto y de otros intentos para sustituirlo y mejorarlo, no le preocupaba seguir siendo el principal responsable de casi el 25% del envenenamiento de la atmósfera, como tampoco le interesaba a la Europa industrial, que aumentó su emisión de gases, pese a la recesión y decirse interesada por el Protocolo. Mientras, sus medios de comunicación ocupaban todo tipo de espacio para culpar a los países subdesarrollados de que los bosques desaparezcan, los desiertos se extiendan, miles de millones de toneladas de tierra fértil vayan a parar cada año al mar y numerosas especies se extingan. Muchas veces hemos oído quejas de los magnates occidentales sobre la quema de bosques en Indonesia y la tala en la Amazonia, por citar dos casos muy nombrados, pero obvian y tratan de ocultar que la presión poblacional y la pobreza conducen a esfuerzos desesperados para poder sobrevivir a costa de la naturaleza. Por ello no es posible responsabilizar de esto a los países del Tercer Mundo, colonias ayer, naciones explotadas y saqueadas hoy por un orden económico mundial injusto. Aunque recientemente el presidente norteamericano, Barack Obama, prometió esfuerzos para aliviar la deteriorada situación medioambiental y anunció planes para producir energía limpia, no contaminante, tiene numerosos escollos —como de otros intentos y promesas—para llevarlos a la práctica. Y es porque este tipo de energía es inconveniente para la gente poderosa que controla el cartel energético mundial, como es el caso de las petroleras, que por ningún motivo querrán perder sus riquezas. Ese afán de no ceder o disminuir sus ganancias y poder ha provocado que el avance del campo energético mundial se haya estancado, con el consiguiente daño tanto para el medio ambiente y, por supuesto, al ser humano. Quizás muchos no conozcan que Estados Unidos es el país que tiene más inventores de generadores de energía alternativas, quienes nunca han visto que sus aparatos salgan a la luz, ya sea que les compran la patente y no la comercializan o le destruyen sus laboratorios o, en el peor de los casos, los asesinan, algo muy típico y real, y no perteneciente a una serie televisiva de acción. De ahí que quedan en el ostracismo, sin que se utilicen más de cien inventos de energía alternativa, que van desde el motor de agua hasta los imanes. La voraz explotación y ansias de riqueza son responsables en gran parte de que siga aumentando el agujero de ozono en el mundo, principalmente en el Ártico, con el aumento de radiación ultravioleta, que afecta de manera adversa a los seres vivos, así como del desequilibrio en el balance energético de la atmósfera. Ello ha afectado en los últimos tiempos el norte de Rusia, zonas de Groenlandia, y Noruega, lo que significa que esas áreas probablemente hayan estado expuestas a altos niveles de radiación ultravioleta. Estados Unidos condiciona un cambio de postura a que se obligue a China a tomar medidas descontaminantes. Sin embargo, especialistas, entre ellos norteamericanos, han elogiado los esfuerzos de Beijing sobre el particular, al separar el crecimiento económico del uso de la energía y logrado la reducción de emisiones. Pero, reitero, el mayor país contaminante es EE.UU., el cual sigue eludiendo un amplio compromiso sobre el particular y, por el contrario, favorece nuevamente el plan de apropiación de tierras para privatizar y comercializar la naturaleza, como siempre han pretendido los viejos ideólogos del imperialismo. Esto se suma al intercambio desigual, el proteccionismo y la deuda externa en la agresión a la ecología, que, junto al consumismo desenfrenado del llamado Primer Mundo, pueden darle un golpe mortal al Talón de Aquiles que representa el medioambiente para la humanidad.

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