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Símbolo de la democracia corrupta

8 de noviembre de 2022

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No hace mucho los senadores norteamericanos de lamentable origen cubano Ted Cruz y Marco Rubio, ambos republicanos, fueron señalados como dos de los principales legisladores que, además de recibir la gratificación por servicios prestados a intereses espurios, destacaban en labores propias de a quienes llaman lobistas, con la captación de otros congresistas para que también se sumergieran en esas aguas albañales.

Cruz aparece en el primer lugar de la lista de beneficiarios del lobby armamentista en Estados Unidos, al recibir cerca de medio millón de dólares en un año, mientras que Rubio devengaba unos 200 000 de ese sector y se cree que mucho más del farmacéutico.

El colega Cubasi comenta que, aunque no ha podido averiguar si Rubio, Cruz y otro senador de igual estirpe, Bob Menéndez, fueron lobistas en sus primeras etapas políticas, no cabe dudas de que ya habían tenido estrechos vínculos con grupos de interés y empresas que los apoya con sumas elevadas durante las campañas, estrategia que les ha resultado exitosa en materia electoral.

El término lobísmo deriva de la práctica excesiva cabildeo (lobby); el lobby (cabildero) realiza su actividad de sondeo y/o convencimiento, no solo como una praxis que tiene por objeto defender intereses definidos e influir en las decisiones del parlamento; sino que se convierte en una forma de operación que busca controlar de manera permanente la opinión del órgano legislativo, convirtiéndolo en presa fácil de sus intereses. Para lograrlo, el cabildero cuenta con una gran estructura y recursos para operar, que le permiten cubrir todos los espacios.

 

ABUNDANCIA

Más de 2 300 de esos individuos tienen permiso oficial para “lobear” a los legisladores estadounidenses, amén de que están enraizados en otras esferas de poder, como veremos más adelante.

Las grandes empresas, nacionales o multinacionales, realizan grandes inversiones con el fin de que los estados emitan normas que ayuden a sus intereses, y de ello se encargan los lobistas, que no solo son bien pagados, sino que quienes los contratan ponen a su disposición gran cantidad de recursos con el fin de “sensibilizar” a golpe de chequera a los legisladores sobre determinados temas de su interés.

Como se puede evidenciar, el papel principal de un lobista es corromper a los legisladores para que voten los proyectos que sirvan a los intereses de las grandes empresas y, en muchos casos, va mucho más allá, puesto que llegan a redactar los proyectos de ley que serán votados por los congresistas.

En algunos casos, el asunto llega mucho más lejos, puesto que los mismos congresistas (Cruz, Rubio y Menéndez, por ejemplo), reitero, son contratados como lobistas por las empresas, tarea que se logra mediante las financiaciones de sus campañas, de manera que cuando estos llegan al Congreso, de antemano ya están comprometidos con la defensa de los intereses de quien le pagó la entrada al lugar.

El lobista pues, no hace más que servir, mediante la corrupción, a intereses particulares que buscan crear ambientes legales especialmente beneficiosos para quienes tienen el poder económico suficiente para comprarse las leyes a su medida.

O sea, los lobistas son los responsables de que ciertos sectores de la economía o de la sociedad gocen de privilegios vergonzantes, mientras que el resto debe pagar esa fiesta privada y privilegiada.

 

ENFERMO DESDE LA CUNA

En otros países también se practica el lobísmo, pero Estados Unidos es el principal centro y tiene una legislación que lo considera como el verdadero ejercicio de la democracia, toda una burla.

Y es que desde los orígenes del Congreso estadounidense había gentes que no eran representantes, que conocían y empleaban medios diversos para influir sobre los congresistas para que dictasen u obstruyesen una legislación de acuerdo con sus intereses.

Con el paso del tiempo, el lobby en el Congreso de Estados Unidos se convirtió en el centro de todo tipo de asuntos, en donde “amigo$” de los congresistas, funcionarios principales, fracasados en la reelección, abogados, periodistas, parásitos de los departamentos y miembros del Congreso defendían ciertos intereses, por lo que, los vocablos lobby y lobbies significaban vituperio y desprecio.

En la actualidad, el lobby tiene grandes ingresos y actúa abiertamente; los grupos de interés que están tras de él, tienen organizaciones territoriales extensas, concentrándose en Washington, donde cuentan con oficinas ocupadas por funcionarios adiestrados y expertos, con una dirección ejecutiva y un moderno equipo de investigación y áreas de propaganda.

Estos grupos cuentan con dos clases de delegaciones: aquellas cuyo interés principal está en asegurar de modo inmediato beneficios particulares y las que está en procurar para sí y para otros bienes espirituales o materiales.

 

EN LAS ENTRAÑAS

Biden fue un lobista, se aprovechó de ello antes y más ahora, cuando copa a su gabinete con lobistas de una consultora estratégica.

Al elegir para los cargos más altos, el último en el Pentágono, a figuras procedentes de una consultora privada de empresas sobre cuestiones geopolíticas y militares, Joe Biden alimenta un sistema de puertas giratorias para los políticos en el interregno de un gobierno a otro. Los sectores progresistas demócratas van más allá y denuncian la colusión de intereses entre los sectores armamentistas y un Ejecutivo más intervencionista en el mundo.

El jefe del Pentágono, general Lloyd Austin, no solo es consejero de la firma, sino uno de los responsables de los fondos de inversión de WestExec, Pine Island Capital Partners. Está, además, en el Consejo de Administración de Raytheon Technologies, la tercera contratista de armamento del mundo, y de Nucor, la mayor productora de acero de EE.UU. Y, como su predecesor, James Mattis, no ha cumplido siete años fuera del Ejército para poder dedicarse a la política.

El jefe de la diplomacia estadounidense, Anthony Blinken; la directora de Inteligencia, Avril Haines, y la que hasta hace poco fue la portavoz del gobierno, Jen Psaki, son cofundadores o han trabajado para la consultora privada WestExec Advisors.

Biden optó por elegir al primer negro que asumió el cargo de Secretario de Defensa en la historia de EE.UU., descartando a la que sonaba en las quinielas e iba a ser la primera mujer, Michele de Flournoy. Se da la circunstancia de que esta última era también una de las cofundadoras WestExec Advisors, además –o quizás por ello– de firme defensora de la guerra de agresión en Afganistán y de genocidio en Yemen, entre otros escenarios de crisis.

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