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Sí, han existido periodistas norteamericanos honestos

28 de febrero de 2017

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El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, siguiendo la “marchita” adoptada tras la campaña electoral, sigue cerrando la puerta a la prensa acreditada ante la Casa Blanca, no asiste a los encuentros con ella fuera o dentro del ámbito al respecto y la califica de deshonesta.

Sin darle la razón totalmente a Trump, apartándonos de su estilo de política sorpresiva, esa a la que uno no sabe a qué atenerse, lo real es que tales personas se deben primordialmente a quienes les pagan, y en cuanto a las que han rodeado al mandatario en estos tempos, la inmensa mayoría se decantó contra él antes de los comicios, influyeron en las veleidosas y no tan creíbles encuestas y provocaron errores hasta en los comentaristas bien intencionados.

Por supuesto, que ahora nada de esta prensa lo acompaña en su política migratoria, de cambio en el sistema de salud, y sigue influyendo negativamente sobre su persona, a la espera de que el establishment realmente gobernante le “corte las alas”, si es que de verdad lo quiere hacer.

Pero esto es muy corriente en un país como Estados Unidos, donde apenas se producen brotes de honestidad periodística sincera, no esa disfrazada y caricaturesca de los “reality shows”, en la que la farsa caritativa está a la orden del día para vender más.

Muchos deben recordar o haber oído sobre la época del macartismo y la cacería de brujas anticomunista, en la que prensa amarilla jugó un triste papel, y solo algunas pocas figuraslucharon valientemente contra los molinos de viento y lograron imponerse, aunque solo por un tiempo.

Cada vez que EE.UU. está envuelto o se quiere envolver en una guerra contra generalmente pueblos más pequeños, esa prensa pierde la sacrosanta objetividad, y hasta el más majestuoso periódico se convierte en un vulgar libelo, cuando oculta las  aviesas intenciones que movieron al imperialismo en las  conflagraciones de Corea, Vietnam, Afganistán e Iraq, por citar unos pocos ejemplos.

Hay periodistas que estuvieron entre las honrosas excepciones, pero, como diría mi querida y fallecida suegra, una combatiente revolucionara, parafraseando a un pensador griego, “un solo golondrino (sic) no compone (sic) verano”.

Se ha escrito mucho de cómo se preparó la invasión de Estados Unidos a Cuba, de la autoagresión del buque Maine, donde murieron 200 marinos y oficiales negros, porque a los blancos se les había dado permiso para que bajaran a tierra. Fue el “digno” colofón de la trama urdida por la prensa bajo el mando de William Randolph Hearst.

Pero, recapitulemos, antes de esto existían buenos periodistas, direcciones de periódicos, en los que afloraba honestidad y repelían cualquier intento contra esta.

No hay que ponderar a José Martí, lo honesto, lo grande que fue, es,  no solo para Cuba, sino para toda la humanidad. Incapaz de utilizar mordacidades, palabras soeces, para criticar lo malo, lo cual es más efectivo.

Siempre se refirió elogiosamente a The New York Herald Tribune (El  Heraldo de Nueva York). Este periódico estadounidense era, a finales del siglo XIX, no de los principales y de mayor circulación del país. Apareció el 6 de mayo de 1835 y resultó ser un importante órgano revolucionario del periodismo de Estados Unidos, al extremo que se le señala con frecuencia como el iniciador de la prensa moderna en esa nación.

No es difícil de explicar, porque no respondía a ningún partido político o sector social específico y se concentraba en la difusión de las noticias.

El 19 de mayo de 1895, el periódico publicó, bajo el título The Letter from the Cuban Leaders (La carta de los dirigentes cubanos) una versión de un comunicado dirigido al pueblo estadounidense por José Martí y Máximo Gómez en sus condiciones respectivas de Delegado del Partido Revolucionario Cubano y de General en Jefe, elaborado por el primero cuando el corresponsal del Herald, George Eugene Bryson, les visitaba en el campamento los días 2 y 3 de mayo.

Múltiples son las referencias de Martí en su obra al Herald, indudablemente, una de las fuentes principales para sus escritos.

Sí, han existido periodistas norteamericanos honestos.

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