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Ser indio: el «único» delito

18 de noviembre de 2019

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Evo Morales ha declarado en más de una oportunidad que los que ahora le han arrebatado la presidencia con un golpe de estado, no le perdonan su «único» delito, el de ser indio.

Se trata del presidente aymara. Un ciudadano salido de las capas más humildes, uno de los más de un millón 300 000 aymaras que viven en territorio boliviano.

Un repaso a la historia recoge las más diversas mutilaciones indígenas a lo largo de siglos. Primero dominados por los Incas en  1 430 y luego se dispersaron por tierras que hoy son peruanas o bolivianas.

Tienen un alfabeto oficial, que es un sistema de 26 consonantes y 3 vocales. Y, aunque su idioma se habla en la actualidad por más de un millón y medio de aymaras, los últimos censos  muestran una disminución hasta de un 35% de personas que han dejado de hablarlo o no han aprendido y se han adherido a otras lenguas como el castellano.

Según el censo del INE-Bolivia de 1992 el número de aymara hablantes bolivianos, entre monoligües y bilingües, es de 1 237 658 habitantes. Mayoritariamente concentrados en los Departamentos de La Paz, Oruro, Potosí y Cochabamba.

De ese total, en La Paz se registran 975 440 aymaras, es decir concentra al 60,6% de todos los aymaristas del mundo. En Oruro hay 106 030, en Potosí 55 893 y en Cochabamba 58 085.

Los aymaras, que inicialmente se pensaba que solo existían en las riveras del Lago Titicaca y que solo se desempeñaban como campesinos, producto, primero de la colonización y luego del desarrollo económico industrial, se han esparcido por otras regiones y, aunque no han renunciado a su origen campesino, se han integrado de alguna manera a otras actividades socio económicas en centros urbanos y su periferia.

Su mundo, su cultura, su vida como parte de la sociedad boliviana, dieron un verdadero «salto al cielo» cuando uno de los aymaras bolivianos, Evo Morales, llegó a la presidencia del país y se propuso revertir la situación económica y social en que vivían sus conciudadanos, e integrarlos a un proceso transformador que, además de reconocerles sus derechos como seres humanos, les abriera las puertas a la educación, la salud, la cultura.

Y es precisamente ese paso dado por el mandatario indígena, el que nunca aceptó la oligarquía de Bolivia, principalmente la del departamento de Santa Cruz, donde  se concentra la mayor cantidad de ejemplares de corte racista como los Camacho, Mesa y otros que ahora se proponen, por la vía del golpe de estado, la represión y la muerte, instalarse en una presidencia que ha ocupado un líder aymara por 13 años.

Entre las demandas de esa cultura, Evo Morales, por decreto presidencial reivindicó la petición de los aymaras de que la wiphgala, el emblema multicolor que representa a los pueblos indígenas del país, pasara a ser un símbolo oficial del Estado boliviano.

Tras el golpe de estado de la pasada semana, miles de manifestantes de El Alto, La Paz y otras ciudades bolivianas han levantado las wiphalas convertidas en patrimonio propio de quienes se saben reprimidos por las fuerzas armadas y la policía, cuerpos que en vez de defender su uso, han posado antes las cámaras de televisión cuando arrancan la wiphala adherida a sus uniformes y la pisotean en el suelo.

Bolivia vive momentos de involución radical y constituyen los aymaras, la presa favorita para que la anticultura imponga sus métodos fascistas, racistas y cavernarios, tanto para eliminar a los indígenas de la escena pública, como abolir sus símbolos enraizados por siglos entre quienes, como ciudadanos, tienen derecho a vivir y también a tener un presidente aymara.

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