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Sepultar la ignorancia

6 de marzo de 2017

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Quizás no sea lo mismo proyectarse desde mis casi 76 años o personas con mucha menos edad, ávidas de saber, de conocer un nuevo mundo como lo pudiera presentar Internet, al que solo tenemos acceso directo periodistas, médicos y otros pocos cubanos.

Cierto, veneno hay mucho, y se destila rápidamente, y el mismo acceso a páginas se demuestra, cuando, independientemente de la velocidad u otros modos de conexión, la imbricación es más rápida y segura cuando se trata de conocer aquello que al Imperio interesa divulgar, pero tiene obstáculos, demoras y desgaste físico en horas inapropiadas, cuando se busca información veraz o de fuentes confiables.

Y es porque se depende de una nación que nos sigue bloqueando, con magnates industriales que hacen sus negocios mediante la explotación de la propaganda expuesta simplonamente y cursi, pero con el peligro de la atracción, eso que llaman subliminal.

Pero la cuestión es que, con bloqueo o sin él, no podemos seguir quedando al final en la aceptación de este reto en el que los cubanos pueden salir airosos, con estudio, seriedad e interés en conocer y saber discernir qué vale o no.

Esto último puede asociarse a personajes de series televisivas estadounidenses cómicas (Cómo conocí a vuestra madre) y policiales que coinciden en señalar que lo más importante del Internet es… la pornografía, y que si no tiene esto, no sirve. De ahí que los pocos usuarios que tienen indirectamente Internet en Cuba pueden comprobar que a lo banal, lo falsamente privado, se llega en poco tiempo y en cualquier momento, no así en lo que es positivo para el ser humano.

En los últimos tiempos la empresa norteamericana Google ha firmado con la cubana ETECSA convenios para una mayor velocidad que permita un más rápido acceso, en tanto sitios cubanos para la juventud se han multiplicado hasta en los lugares más recónditos.

El cursi televisivo extemporáneamente utilizado “… porque usted quiere saber”, sí vale en lo que puede aprovecharse de forma positiva en Internet.

Y aunque dicen que han desaparecido obstáculos al libre acceso (cuando se tengan las condiciones técnicas y económicas idóneas, por supuesto), por ahí hay todavía criterios extremadamente conservadores que ignoran lo dicho hace algún tiempo por el primer vicepresidente Miguel Díaz-Canel:

“El socialismo le otorga un lugar preferencial al derecho a la información como condición para el pleno ejercicio de la crítica y de la participación del pueblo. Internet plantea desafíos a las formas tradicionales de comunicación social, al uso de los medios de comunicación, al papel de los individuos en el espacio público y exige la existencia de políticas, normas y formas de funcionar nuevas líneas infraestructuras, servicios y contenidos para garantizar ese derecho”.

Cierto, el deterioro de nuestra infraestructura hace que no podemos olvidar el omnipresente bloqueo, pero esto no puede impedir que se desplieguen talento e iniciativas en búsqueda de alternativas.

Porque hay que levantar los muros levantados en las 90 millas que nos separa de Estados Unidos y en nuestra propia casa en este tema por prejuicios o desconocimientos, con consecuencias nefastas para la concepción de redes como formas articuladoras de consenso y catalizadoras del desarrollo.

Otra realidad es que el anterior gobierno norteamericano, y no dudo que el actual también, mantienen intactos los intereses imperiales de cambiar nuestro régimen. Pero en este contexto se puede mejorar la infraestructura tecnológica, lo cual contribuye a desatar las fuerzas productivas y las competencias intelectuales de los cubanos en función de la sostenibilidad económica cultural y política de un modelo de desarrollo soberano y auténtico como el nuestro, por el que vale luchar.

Pero siempre teniendo en cuenta, como lo exponía el colega Raúl Garcés, que no es Internet el problema, sino la banalización del mundo, que inunda de supercherías lo mismo la red de redes que el resto de los espacios de producción simbólica de la vida moderna. Por ello, es indispensable sepultar la ignorancia.

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