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Septiembre esperado

4 de septiembre de 2013

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En la mañana de este primer lunes de septiembre visité la Universidad de La Habana. En la Plaza Cadenas recordé grandes momentos de la historia de nuestro país y también las veces que ocupé sus asientos en espera de una clase o un examen o junto a un compañero de aula hablando “de lo divino y de lo humano”.
Fueron los mejores años, los de saberse universitario, primer paso para la gran tarea, la de un profesional.
El bullicio es grande, la alegría se palpa en los cientos que caminan de un lugar a otro en busca del aula a la que ya han entrado en uno o más cursos, o los que preguntan por ellas por ser la primera vez que subieron la histórica escalinata.
En este lunes esperado son 200 000 los jóvenes que acuden a las aulas universitarias de todo el país y de ellos 86 000 —cubanos y extranjeros— que se forman en los centros de Ciencias Médicas.
Se saben continuadores de decenas de miles de galenos, enfermeras, técnicos de salud, estomatólogos, egresados de esos centros que luego de concluir los estudios  curan enfermedades y salvan vidas, lo mismo en los más intrincados lugares de nuestra Cuba, que en el Paquistán sacudido por un terrible terremoto, en el Haití devastado por la naturaleza; en la solidaria Venezuela, la fraterna y necesitada Bolivia, en Ecuador o Nicaragua, o en cualquier otra nación latinoamericana, caribeña, africana, hacia donde han viajado con su mayor credencial: la profesionalidad, la ética y la solidaridad humana.
Esa juventud universitaria que hoy llena las aulas es presente y es futuro. De allí salieron los que conducen hoy el desarrollo económico y social del país. Los que investigan en nuestros centros científicos, los que crean vacunas para salvar o proteger vidas humanas aquí o en muchos otros países.
De nuestras universidades egresaron los líderes de ahora, los que dan continuidad y hacen sustentable la obra que emprendiera e hiciera florecer otro joven universitario, Fidel, quien, además de estudiar y practicar deportes, sembró la semilla de la Revolución, condujo la lucha por el triunfo y luego emprendió la tarea mayor, la de hoy.
Pero este septiembre esperado lo pude apreciar, tanto cuando iba hacia la universidad como al regreso. Niños de las manos de sus padres que acudían por primera vez, con incertidumbre y hasta con miedo, a la escuela donde podrán aprender las primeras letras y luego cursar, grado por grado, hasta que, ya adolescentes o jóvenes, ingresen a los estudios medios y superiores.
Los uniformes nuevos o bien planchados, la pañoleta al cuello, el alerta a “portarse bien” y el beso de despedida por unas horas, se repite en cada centro escolar, en cada aula.
No importa que la escuela esté en Miramar o en la Víbora, el Cerro o Arrollo Naranjo, una constante generaliza la igualdad entre quienes acuden a ella: educación gratuita y de alta calidad.
Pero esta como toda obra tiene que protegerse de vicios, de diferencias entre los que, en alguna escuela de Miramar, son llevados por algunos padres en automóviles con aire acondicionado y cuelgan a su cuello los celulares para llamar por cualquier cosa, y los que llegan al centro a pié y portando con ellos además de su frente en alto, los útiles escolares necesarios para el aprendizaje.
El peligro de la deformación debe combatirse y erradicarse, tanto por los padres (fundamentalmente por estos), como por los maestros. No puede ser ni el fraude ni la extravagancia, la conducta de un niño, un adolescente o un joven.
Los más de un millón 840 000 niños y jóvenes que este lunes acudieron a las cientos de miles de escuelas en todo el país, se deben sentir seguros de que en Cuba se les garantiza su formación integral en la que no tienen cabida ni la deshonestidad, ni la opulencia, ni la vanidad.
Bienvenido sea este septiembre tan esperado por todos, niños y padres, maestros y profesores. Esta obra es de TODOS y TODOS debemos validarla.

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