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Señal insultante y peligrosa

2 de febrero de 2014

La agresiva declaración que las agencias noticiosas internacionales han atribuido a un vocero del Departamento de Estado de Estados Unidos “que deseó mantener su anonimato” pero que, no obstante, fue emitida como criterio oficial de Washington, es no solo insólita desde el punto de vista diplomático sino que no parece tener precedentes en la historia de las relaciones entre gobiernos de Estados Unidos con su considerado “patio trasero”, o sea, los países de América latina y el Caribe.

Al reaccionar enfurecido y con ínfulas imperiales ante la exitosa II Cumbre de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) celebrada en La Habana, Cuba, y los documentos allí aprobados así como ante la asistencia prácticamente total de los jefes de Estado de la región, el citado vocero ha calificado como “traidores” a los presidentes latinoamericanos y caribeños, cubriéndolos de improperios y reclamando explicaciones de forma que recuerdan los peores tiempos de intervención imperial.

Independientemente de las respuestas que cada uno de los gobiernos aludidos seguramente darán a los calificativos hechos de manera prepotente e inusitada en el marco de las relaciones internacionales, las declaraciones del Departamento de Estado envían a América Latina y el Caribe una peligrosa señal que merece observarse.

Es llamativo, por demás, que el vocero imperial no haya hecho exclusiones en su diatriba, incluyendo en el mismo saco a todos los mandatarios sin excepción, sin tener en cuenta matices y grados de relación, lo cual quiere decir que a los ojos de Washington ha surgido efectivamente en la región un nuevo concepto de unión e integración como denominador común echando por tierra el “divide y vencerás” de factura imperial y dos siglos de vigencia infame.

La proclamación de América Latina y el Caribe como zona de paz en un documento contentivo de importantes precisiones, así como la Declaración de La Habana en su conjunto, las referencias a la descolonización de Puerto Rico y las reiteradas expresiones de reconocimiento, respeto y solidaridad con Cuba fueron -según parece-, demasiado para digerir en un solo trago por parte del imperio amenazante y soez.

Tanto la utilización perversa de la vieja Doctrina Monroe, como la del “patio trasero” o la de “soberanía limitada” llegan a su fin, no por la voluntad del gobierno de Estados Unidos, sino por decisión conjunta y libérrima de los países latinoamericanos y caribeños por encima de cualquier diferencia política o ideológica y reafirmando que es posible la unidad en la diversidad.

De ahora en adelante, sin embargo, los países de la CELAC deberán redoblar su alerta, y junto con sus gobernantes, con los movimientos sociales, los partidos políticos y las organizaciones de todo tipo dentro de la sociedad civil con visión patriótica y latinoamericanista permanecer muy al tanto de los eventuales afanes de desquite y reconquista que reconquista que traslucen las declaraciones del “anónimo” vocero de Washington.

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