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Sabor amargo

4 de octubre de 2017

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Sabor amargo deja este final del segundo mandato presidencial de Michelle Bachelet en Chile, donde la mandataria apenas pudo balbucear algunos cumplimientos y dejó en la palestra la mayoría de sus promesas, las más importantes, siempre rodeada de un séquito que de progresista, como cuando empezó a gobernar, se tornó virulentamente reaccionario y cuestionador, con el fin de disputar las migajas de poder que otorgarán los comicios de noviembre venidero.

Aunque algunos especialistas afirman que vientos de cambio en el mundo puede convertir la próxima elección presidencial como la última en las actuales condiciones conocidas, debido a que la indignación popular puede generar nuevas opciones políticas, no creo que ello suceda en un Chile donde quienes aspiran a la presidencia, salvo alguna que otra, no muchas, honrosas excepciones, bailan al compás de lo trillado por una Constitución que dejó Pinochet y apenas Bachelet pudo intentar cambiar en algunos de sus acápites.

Es decir, cualquier mandatario venidero está amarrado de pies y mano a una Carta en la que serán intocables los bienes de quienes más tienen, y en este contexto se estima que el derechista Sebastián Piñera volverá a ocupar tan alto cargo y amarrará aún más a la nación en un pacto como el de la Cuenca del Pacífico que nació por mandato del Imperio para intentar echar a pique las honestas y valederas ínfulas integracionistas.

Michelle había dejado su primer mandato con una popularidad de más del 80%, pero en este apenas rebasa el 25%, porque nada importante le dejaron hacer.

Chile nunca ha vivido de espaldas al mundo, y en algunas ocasiones ha estado a la vanguardia, como sucedió en los años 60 e inicios de los 70, con Salvador Allende. Pero en estos momentos hay desidia en ese sentido y despreocupación ciudadana por lo que está sucediendo en el planeta, y eso favorece a los hijos del Imperio en la influencia y determinación de la política local.

No sucede así con la oligarquía criolla que fue la más interesada en seguir paso a paso el golpe institucional que sacó del poder a Dilma Rousseff en Brasil, interés que habían tenido en 1964 con el golpe de los militares brasileños en 1964 en contra de Joao Goulart.

Mientras en Chile los militares comparten el monopolio de las armas y sus jefes tienen clara tendencia pinochetista, las páginas internacionales de la mayoritaria prensa de derecha, como el periódico El Mercurio, informan sobre la situación de Venezuela como si estuviera reviviendo su sediciosa cobertura durante el gobierno de la Unidad Popular a inicios de los años 70.

La presidenta Bachelet reconoció que ha enfrentado el último año de su gobierno con “una economía que no está con el dinamismo que quisiéramos, ha estado lenta”, algo que ocurre hace mucho tiempo, con la caída de la producción manufacturera y minera, todo agravado con las huelgas en este último sector y los incendios del más reciente verano

La Presidenta prometió crear 650 000 empleos, de buena calidad, pero solo se llegó a 315 000 y más de la mitad son por cuenta propia. Más de 1 millón 700 000 personas, el 21% del total, está hoy en esa categoría, y en los últimos meses se perdieron 68 000 empleos asalariados. Pero lo peor ocurre cuando alguien declara haber trabajado más de una hora en una semana para que se le considere como que está trabajando, y en esa condición se encuentran 608 000 personas.

Todos estos problemas son aprovechados por una reacción que boicotea los intentos presidenciales para lograr una reforma educativa y un mejor estándar de salud, en el que, sin embargo, la mandataria logró avances en los cuidados a la niñez y la mujer.

En este contexto surgen unos ocho candidatos presidenciales, lista en la que se estima debe salir airoso el derechista y millonario ex presidente Sebastián Piñera, a quien algunos consideran muy allegado a su colega norteamericano, Donald Trump.

Hay también aspirantes que no ocultan sus simpatías pinochetistas y uno que, por primera vez en mucho tempo, cuenta con el apoyo de la izquierda, generalmente dividida por su extrema suspicacia. Se trata de Eduardo Artés Brichetti, del no legal Partido Comunista Acción Proletaria, en representación del partido Unión Patriótica, que fue constituido el 24 de mayo del 2016, pero se fundó un año antes, con el objetivo de “luchar por un Nuevo Chile, por un Chile plurinacional, soberano, democrático y con justicia social”.

Artés, quien aparece a nivel público como el más desconocido de los aspirantes a La Moneda, integró el Secretario Político del Comité Central del Partido Comunista Chileno.

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