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Rumbo desconocido

18 de julio de 2017

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Un gigante anda suelto por los mares y su posible rumbo inclinará la balanza hacia dónde y contra quién  o quiénes podría impactar.

Se trata de un iceberg descomunal desprendido de la Antártida y que puede –según los científicos– representar una gran amenaza para el transporte marítimo.

El oceanógrafo y explorador ruso del Ártico y del Antártico Artur Chilingárov, citado por RT, ha afirmado en declaraciones que el iceberg que se ha desgajado del témpano de hielo Larsen C supone “un interesante evento de escala planetaria”.

Se calcula que el bloque de hielo tiene un tamaño de 5 800 kilómetros cuadrados, que equivale a algo más de dos veces el territorio de Luxemburgo.

Su peso –¡asombroso!– es de un billón de toneladas. El desprendimiento, agrega la propia agencia de prensa rusa, ha cambiado por completo el paisaje de la península Antártica.

De acuerdo con el monitoreo que realizan los científicos, la ubicación actual de la plataforma de hielo la sitúa a la deriva en el mar de Weddell.

El pasado 26 de junio, la Agencia Espacial Europea (ESA) alertó de que el iceberg podría plantear “una amenaza para el transporte marítimo” por sus enormes dimensiones. Se trata de uno de los mayores icebergs que se han desprendido de la masa de hielo antártica desde que comenzaran los registros a comienzos de los 90, cuando se inició la supervisión satelital de la región.

Por su parte, el glaciólogo Adrian Luckman, jefe del proyecto Midas, que se dedica al monitoreo de la región, ha apuntado en un comunicado que el rumbo futuro del iceberg “es difícil de predecir”.

“Puede mantenerse como una sola pieza, pero es más probable que se rompa en varios fragmentos. Parte del hielo puede permanecer en la zona durante décadas, mientras que otras partes podrían ir a la deriva hacia el norte”, ha explicado.

Ahora bien, porqué traigo este tema a colación si acá, en nuestro Caribe insular, es el calor quien nos está derritiendo y no pocas de nuestras islas ya sufren los efectos de un cambio climático que no es de futuro sino de presente.

Estamos viviendo momentos en que cada día y cada hora la naturaleza nos sorprende con nuevas amenazas tal y si quisiera desquitarse de todos los maltratos que contra ella comete el ser humano.

Pero agreguemos que el desarrollo de las sociedades industriales llevó aparejado, un detrimento lento pero acumulativo de efectos negativos para el clima.

Hoy la realidad está ahí, no solo en el iceberg gigante desprendido de la Antártida y que navega sin rumbo fijo.

Los hielos, necesarios –mejor dicho imprescindibles– para el equilibrio climático se derriten por día y esas aguas enrumban por los mares que suben su nivel e inundan y hasta desaparecen poblaciones costeras vulnerables.

El tema no requiere más comprobación. El cambio climático es un presente que debe –si es que ya no es tarde– más que advertirnos, comprometernos.

No obstante esa pesadilla que pende sobre la humanidad toda, irresponsables decisiones echan por la borda los más nobles deseos de unir fuerzas para, al menos, detener el ritmo acelerado de esta autodestrucción.

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