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Responsabilidad perdida

24 de julio de 2013

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No es la primera vez, y pienso que ni la última, que niños indios perecen envenenados por ingestión de alimentos, y en todos los casos la indignación popular no es suficiente para que aparezcan los culpables. El más reciente caso provocó la muerte de 22 educandos en una escuela de enseñanza primaria en Bihar, uno de los estados más pobres de la India, como antes había ocurrido en Pune y Bhopal, un lugar de triste recordación por otra tragedia.
La aparente coincidencia en esos casos es la contaminación del arroz y lentejas con fosfato, utilizado principalmente en la elaboración de insecticidas.
En el caso de Bihar, 22 niños de entre 4 y 10 años fueron enterrados cerca de su escuela, un establecimiento público del pueblo de Masrakh, en la región de Saran. El drama provocó la indignación de los habitantes de Chhapra, la principal ciudad de Saran, donde cientos de personas rompieron las ventanas de autobuses escolares y saquearon una comisaría, mientras exigían “medidas firmes contra los funcionarios responsables”.
Hechos similares se han producido en otros lugares de los 29 Estados de la India, donde las autoridades ofrecen almuerzos gratuitos a los niños en las escuelas públicas, para paliar la pobreza generalizada.   Pero, reitero, las intoxicaciones alimentarias en las escuelas son frecuentes, a causa de los deplorables niveles de higiene en las cocinas de los establecimientos y, a veces, de la mala calidad de los alimentos servidos.
Los precios de los alimentos se han disparado en los últimos seis años en la India, haciendo más difícil la vida diaria de los 455 millones de indios que viven bajo el umbral de la pobreza.
El gobierno indio aprobó a principios de julio por decreto un amplio programa de ayuda alimentaria para los más pobres, que es uno de los más importantes del mundo, ya que involucra a cerca del 70% de la población, es decir para más de 800 millones de personas, garantizan un suministro mensual de entre tres y siete kilogramos de granos por cada una, dependiendo de los ingresos.
Es decir, un magnífico programa, digno de imitar, aunque empañado en parte por esas negligencias en la que nunca aparecen los culpables.
BHOPAL, LA TRAGEDIA MAYOR
Aún siguen matando personas las secuelas de la tragedia de Bhopal, en la que los presuntos culpables -chivos expiatorios-, solo cumplieron dos años de prisión por la muerte inmediata de 3 000 seres humanos, muchos de ellos niños, y 22 000 en los 29 años después del suceso.    La multinacional norteamericana Union Carbide segó 25 000 vidas con su negligencia en 1984, y muchas de ellas agonizaron lentamente con piel, ojos y pulmones quemados por un gas que se sabía letal y se almacenó a dos pasos de un barrio extremadamente pobre.
Este es el peor desastre industrial de la historia, la tragedia que ha quedado impune y sigue marcando las vidas de tres generaciones de habitantes de esta ciudad, poblada de niños que aún hoy nacen con terribles deformidades.
Una noche de invierno, húmeda y fría, una nube tóxica de isocianato de metilo, un veneno que sigue fluyendo en las fuentes de las que beben los pobres de Bhopal, mató instantáneamente a centenares de personas que dormían en el suburbio anexo a la fábrica. Eran más de 40 toneladas de un producto que en Europa estaba prohibido almacenar.
El veredicto de “muerte por negligencia” y la ínfima condena fue  una nueva herida para los supervivientes.
En el 2009, después de saber que siete ejecutivos indios de Union Carbide apenas si pasarán una hora en la cárcel por cada muerto, las víctimas comprobaron que el principal responsable de la tragedia no se ha sentado aún en el banquillo de los acusados. Warren Anderson, el entonces presidente de la compañía, el hombre que le dijo al ingeniero español que le alertó del riesgo que la fábrica india sería “tan segura como una fábrica de chocolatinas”,  no respondió ante la justicia.
“Existen pruebas suficientes de que Union Carbide, Estados Unidos y Anderson sabían que el diseño de la planta de Bhopal estaba basado en tecnología no verificada. Fueron ellos quienes ordenaron reducir los costes. No se hará justicia hasta que los principales acusados sean llevados a juicio”, señaló en una nota de prensa Rashida Bee, quien perdió a seis miembros de su familia en la catástrofe.
Pero la tragedia todavía no ha concluido y los desechos peligrosos, aún enterrados en la zona, se han filtrado en las aguas que dan de beber a 30 000 personas en los alrededores. Por esto, un número elevado de niños de la zona nacen ciegos, paralíticos o luego desarrollan estas enfermedades.
Union Carbide entregó 470 millones de dólares (392 millones de euros) como compensación económica al Gobierno indio, tan sólo un 15% de lo que este había reclamado. Las víctimas recibieron hace 20 años una media de 300 euros. En la actualidad, 350 toneladas de residuos tóxicos siguen abandonadas en un cobertizo de hojalata en la planta Dow Chemicals, que compró Union Carbide en el 2001, que se lava las manos y asegura que con dicha indemnización el problema de Bhopal queda resuelto.
Sati Nath Sarangi, activista indio presente en Bhopal desde el primer día de la tragedia, sentenció que “el peor desastre industrial de la historia ha sido reducido a un mero accidente de tráfico”.

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