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Regreso con sabor a derrota

30 de abril de 2021

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Como ha anunciado el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, «llegó la hora de sacar a sus fuerzas militares de Afganistán».

Para esta delicada operación, el Pentágono está reuniendo unos 650 soldados para enviarlos a esa nación en los próximos días con el fin de proteger a las fuerzas estadounidenses mientras se retiran del país asiático. El despliegue ha sido aprobado por el Secretario de Defensa, Lloyd Austin y debe completarse el 11 de septiembre.

Días antes, el general estadounidense, Scott Miller, comandante de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad, durante una conferencia de prensa en Kabul, anunció oficialmente el inicio del retorno de sus uniformados.

Próximamente se cumplirán 20 años de que Estados Unidos invadiera Afganistán, bombardeara a su población y cometiera un verdadero genocidio contra una de las naciones más pobres del Planeta.

Han sido dos décadas donde las fuerzas miliares de la mayor potencia mundial, arremetiera contra la nación afgana, bajo la falsa premisa de la lucha contra el terrorismo y de localizar y eliminar al líder de Al Qaeda, el saudita Osama bin Laden, un terrorista preparado por la CIA estadounidense, financiado inicialmente por el propio gobierno de Washington, y que, luego de los ataques a las Torres Gemelas del 11 de septiembre del 2001, era una verdadera «piedra en el zapato» para las administraciones norteamericanas.

Sabía demasiado bin Laden sobre la participación de la CIA en los planes conspirativos de Estados Unidos en varios países del mundo, y por tanto el plan elaborado era no solo capturarlo, sino asesinarlo y desaparecer su cadáver.

La muerte del saudita fue informada el 2 de mayo de 2011, cuando unidades élites de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos lo abatieron en Abbottabad, Pakistán.

Fue el presidente norteamericano de entonces, Barack Obama, quien dio a conocer el hecho, con un discurso debidamente preparado, muy criticado por la prensa de ese país que lo catalogó como que «el presidente ocultaba casi todo sobre el hecho».

El diario The New York Times aseguró «que los hechos difieren significativamente de la versión oficial presentada por la Casa Blanca y altos funcionarios de inteligencia, según los cuales la muerte de Bin Laden —que finalmente reconocieron no iba armado aunque aseguraron que se ‘resistió’— se había producido en medio de un intenso tiroteo».

Nunca se supo la verdad sobre el paradero del cadáver del jefe de Al Qaeda y se ha especulado mucho —con toda razón— sobre las verdaderas pretensiones del gobierno de Estados Unidos, de hacer desaparecer el supuesto cadáver de bin Laden, «lanzándolo al mar», como se dijo entonces.

La historia de estos 20 años ha estado empañada, no solo con el asesinato del terrorista que —recordemos—fue en Pakistán y no en Afganistán, nación esta última donde las tropas militares estadounidenses y de la OTAN, han seguido bombardeando, ocupando y masacrando, hasta nuestros días.

Además, de acuerdo con datos oficiales, en estas dos décadas más de 250 000 personas han muerto a causa de la guerra contra la nación asiática, de ellas, 2 442 militares estadounidenses y unos 72 000 civiles afganos, víctimas de las bombas y cohetes lanzados por fuerzas de Estados Unidos y la OTAN.

La salida de las tropas que han ocupado este empobrecido territorio, dejará un país que no cuenta con un gobierno estable; siguen ocupando parte de la nación los grupos talibanes que luchan por afianzarse del poder; el hambre, la pobreza, la falta de educación y de salud, se han multiplicado en este luctuoso período de ocupación.

Ahora, las fuerzas militares salen de Afganistán con el sabor a derrota, abandonando un país con todos los indicadores hacia la baja.

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