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¿Quién decide?

12 de noviembre de 2014

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Si el establishment lo permite, Barack Obama tendrá que gobernar por decreto y utilizar el veto presidencial en los dos años finales de su segundo mandato, después que el descontento del ciudadano demócrata que lo apoyaba hizo romper el record de abstención tradicional en las recientes elecciones denominadas de medio término, y abrió las puertas a los opositores republicanos para el control total de ambas cámaras legislativas
Magros resultados sociales y constantes incumplimientos hicieron valer los pronósticos de que los comicios tendrían el sello general del Partido Republicano, que añadió el Senado a la mayoría que ostentaba en la Cámara de Representantes.
El desencanto no es solo con Obama, sino con todo el sistema electoral en una nación que se autotitula la más democrática del mundo, cuando la derecha en todos sus matices campea por doquier.
Algunas veces hemos pecado de ingenuo ante este tipo de comicios parcial o general, pensando que tal individuo o partido pudiera ser más asequible para una mejoría de las relaciones con Cuba o comenzará a practicar una política menos agresiva en un mundo amenazado por una conflagración atómica o una hecatombe climática.
Pero tal como dice un refrán popular, “son ilusiones vanas, como las avellanas”, porque se ha dicho y reconocido como algo común que el dinero y los intereses del verdadero gobernante Complejo Militar-Industrial son los que deciden, y solo pudiera ser conmovido, no expulsado, por centenares de explosiones populares como la que protagonizó el movimiento “Ocupa Wall Street”.
Cuando algo se escapa de las manos, se utiliza el simple “pucherazo” o la manipulación fraudulenta de los votos, como se hizo en el estado de Florida para elegir presidente al republicano George W. Bush y no al demócrata Al Gore, quien aceptó pasivamente el veredicto dictado por el establishment.
Un amigo que labora en Georgia me decía que este tipo de trampa es tan común, como los menores salarios que muchos trabajadores latinoamericanos reciben y no protestan para no perder el empleo. Es decir, el sistema hace que predomine la pasividad, el dejar hacer, ante la injusticia, por temor a la represalia.
Todo se deriva de los altos ingresos y los bajos impuestos que ayudaron a apilar la riqueza en el tope de la pirámide, mientras la base, el 40%, compuesto por 120 millones de estadounidenses, fue empujada hacia abajo en la distribución de la riqueza, por el estancamiento o la baja de los salarios.
Esos 120 millones de estadounidenses solo poseen una pequeñísima fracción, el 0,3%, de la riqueza total, según un sondeo de Norton y Ariely sobre impuestos y riqueza en Estados Unidos.
O sea, toda una muestra de la real desconexión entre lo que el pueblo estadounidense cree y la realidad. Al ser interrogados sobre la “distribución ideal de la riqueza”, una aplastante mayoría de encuestados opino que el 20% del tope de la pirámide posee entre el 30% y 40% ciento de la riqueza, o sea como en Suecia, cuando en realidad posee más del 85%, y se habla que el 1%, los superricos, controlan el 99% del total.
A veces uno se pregunta el porqué muchos estadounidenses siguen siendo pasivos después de tantos años de estancamiento o bajas de salarios, de beneficios reducidos y de creciente ansiedad sobre si se quedarán sin empleo antes de que puedan retirarse y recibir alguna jubilación, por lo cual es oportuno citar al profesor Daniel Ariely de Duke University:
“Esta pasividad es en realidad el resultado de un ‘entrenamiento a la impotencia’, un entrenamiento como el que se efectúa con los perros para que sean obedientes, pasivos y repriman su natural agresividad. Una impotencia introducida de manera externa para que uno no pueda relacionar la causa y el efecto, devenga depresivo y acepte la situación”.
Opinión cruda, real, con todos los ribetes de fatalismo que ello conlleva, y que esperamos algún día deje de ser en una sociedad donde la decisión de unas elecciones, hasta ahora, no conlleva cambio sustancial y, si acaso, nominal.

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