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¿Qué democracia?

11 de enero de 2023

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Tras el fracaso del vandalismo bolsonarista contra los tres poderes del Estado en Brasil, la mayoría de los gobiernos expresaron su condena en lo que consideraron un ataque a la democracia.

Realmente, el bolsonarismo, obnubilado por un líder que se refugió previamente en Florida y utilizó al fanatismo religioso y otras falsedades del sistema, trató con este desesperado método obstaculizar cualquier intento del vencedor de las más recientes elecciones presidenciales, Luiz Inácio Lula da Silva, de tratar de convertir a la mayor nación suramericana en una verdadera democracia, no representativa -que ni por asomo lo es-, sino participativa.

Pero el tema principal no es realmente sobre Brasil, sino esa democracia que sus verdaderos enemigos dicen falsamente que la defienden, como en Perú, donde están ahogando en sangre a quienes protestan contra los desmanes de una oligarquía controladora de un Congreso que no deja gobernar, maniata al Ejecutivo y es lo más parecido a una dictadura.

Esto no es solo propio de nuestro continente, sino que trasciende al mundo entero, incluso en naciones donde no se permiten elecciones, ni partidos, ni nada que atente contra el poder establecido localmente, alegando hasta derechos divinos, y siempre con la complacencia imperialista, porque son aliados.

Contra ello es importante no olvidar el valor de las movilizaciones populares y el papel que pueden jugar en el cambio de sistema si son capaces de organizarse.

En América Latina, hay pruebas de que, a partir de esas demostraciones, se puede llegar incluso a producir cambios en las estructuras de poder, pero se hace necesario mantenerlas, no dejarse llevar por cambios cosméticos y continuar la política para lograr que estas respondan realmente a los intereses populares.

 

EL VERDADERO PODER

El poder, al margen de interpretaciones teóricas sobre lucha de clases, continúa estando conformado por los dueños de las finanzas y la economía, que, por lo general, son los mismos que controlan los grandes medíos de información, cada vez más decisivos en la política; las fuerzas armadas, los aparatos represivos y el poder judicial.

Ellos son los que postulan los políticos que serán elegidos, según sus intereses, en elecciones que pueden tener cualquier calificativo: transparentes, democráticas, limpias… y que serán certificadas como válidas por los representantes del imperialismo.

Estos procesos “democráticos” ya vienen diseñados de forma tal que es muy difícil, sino imposible, alterar el poder establecido.

Para poder llegar a ser presidente por tercera vez, en una nación donde tiene gran aceptación, Lula tuvo que aunar a disímiles fuerzas de tendencia más o menos progresistas para derrotar a un bolsonarismo asesino de decenas de miles de brasileños, combatir la ignorancia y enfrentar el poder económico de los agroexportadores, quienes ven el peligrp de que el flamante presidente cumpla lo prometido en su campaña electoral y que está dispuesto a hacer: impedir la deforestación de la Amazonia y establecer políticas para mejorar el medioambiente.

Tratarán de que la democracia realmente participativa no se establezca en la nación, con el fin de proteger sus intereses, ante un presidente que, según atestigua su esposa, nunca bajará la cabeza.

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