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¿Qué clases?

7 de octubre de 2014

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Por estos días, algunos órganos de prensa de Francia se hacen eco de la lista de ricos en el país europeo, confirmando que la fortuna total de los más grandes patrimonios profesionales han aumentando en 30% en poco más de un año, en un momento en que la economía sufre por el débil crecimiento, el alto desempleo y una deuda pública que se agranda por las ventajas fiscales otorgadas a los ricos y al sistema financiero general.
El descontento con el actual gobierno denominado de socialista ha conllevado al regreso a la vida política del fraudulento ex presidente Nicolás Sarkozy y al fortalecimiento de la ultraderecha.
La clase trabajadora francesa sigue siendo luchadora y no hay día que no realice huelgas de reivindicaciones, pero tal como ya ha pasado en Estados Unidos, los malos augurios presagian que se trata de eliminar la concepción tradicional de lucha de clases, que implicaba que los trabajadores tenían las fuerzas, la capacidad y la organización para ser parte beligerante en el accionar por una más igualitaria repartición de la riqueza.
En la actual correlación de fuerzas, como se ve a nivel sindical, político y social, las masas de trabajadores no pueden resistir a las políticas gubernamentales para rebajar salarios y jubilaciones en la mayoría de los países capitalistas avanzados, ni impedir que se apliquen los severos e injustificados planes de austeridad. La correlación de fuerzas, por el momento, es totalmente favorable al gran capital, que, aprovechando la coyuntura, se ha lanzado a una guerra total para someter la población trabajadora a un régimen de servidumbre.
En EE.UU., el neoliberalismo, que se promovió a partir de 1978, rompió el pacto social que existía desde 1945, consiguió au objetivo de derrotar a la clase trabajadora, mediante bajadas salariales, el desmantelamiento de la protección social y la privatización de los servicios públicos.
Recuerda Vicenc Navarro en su artículo “La redefinición del concepto de clases (portal Público.es)”, que en Estados Unidos la mayor empresa no es, como lo fue antes, la General Motors, sino la cadena de supermercados Walmart, conocida por su hostilidad a los sindicatos, y la pobre prestación de servicios sociales.
Los impuestos sobre el capital y las rentas superiores han disminuido en 23% y los directivos de las empresas mayores ganan 350 veces más que sus trabajadores, por lo cual, afirma Navarro, la reducción de la supuesta clase media es, en realidad, la bajada de salarios de la trabajadora y la precarización del mercado de trabajo.
Según Navarro, ocurre “la proletarización de los profesionales”, es decir, la pérdida de autonomía de los profesionales (incluyendo los licenciados universitarios), el deterioro de sus condiciones de trabajo” y la reducción de los salarios, algo característico en estos 36 años.
Es decir, toda una guerra de clases en la que la de los ricos, mejor dicho, los superricos, la amplificaron e intensificaron desde la llegada de George W. Bush a la Casa Blanca, que sumió a Estados Unidos en una guerra perpetua y a su sistema político en un temor perpetuo.
Escribe Franklin C. Spinney, ex analista militar del Pentágono, que la continuación de la costosa Ley Patriot, que instauró un invasivo sistema de control y vigilancia de la población, muta a la política interior estadounidense por el imperativo de seguir propulsando un esclerótico Complejo Militar-Industrial-Congresista, que perdió su razón de ser cuando terminó la Guerra Fría, y ahora necesita la perpetuación de la amenaza de guerra para sobrevivir y florecer en sus propios términos y a expensas de los demás.
En una entrevista con el diario “The New York Times”, refiriéndose a la tributación fiscal que favorece a los ricos en detrimento de los trabajadores, el inversionista multimillonario Warren Buffett dijo textualmente lo siguiente: “Existe una guerra de clases, bien entendido, pero es mi clase, la clase de los ricos, que está librando esa guerra, y la estamos ganando. Y quienes dirigen esta guerra de clases tienen nuevas armas y muchos más medios a su disposición”.
En conversaciones con ciudadanos norteamericanos, constaté la triste realidad de hoy, la insuficiencia de la espontaneidad que mueve a algunos movimientos sociales, al propio desconocimiento del porqué se debe luchar, al sentido de la clase trabajadora en sí, que se siente impotente y humillada en una nación donde el neoliberalismo impone y utiliza controles sociales cada vez más autoritarios.
Y es que se necesita una fuerte sacudida para vencer la influencia de los monopolizados medios de comunicación masiva y de la narrativa que transmiten los llamados tanques pensantes financiados por el mundo empresarial.

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