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¿Pyongyang? ¡Beijing!

3 de mayo de 2013

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Basta un ápice de asomo de conversaciones entre las dos partes de Corea, para que Estados Unidos reaccione inmediatamente y obligue a Seúl a rechazar o desistir de hasta tímidos trámites para aliviar la tensión en la península. Así pasó hace unos días con intentos de las autoridades seulitas a fin de eliminar de obstáculos el regreso de varios miles de trabajadores del Sur a centros económicos fronterizos en el Norte que, de una manera u otra, podría coadyuvar al anhelo nacional de reunificación.
Todos conocemos el alto grado de tensión a que llevaron los más recientes, largos y peligrosos ejercicios bélicos combinados entre Estados Unidos y Corea del Sur, bajo el pretexto de amenaza atómica proveniente de la República Popular Democrática de Corea (RPDC), pero que, realmente, ha sembrado de armas nucleares a Corea del Sur, controladas por el Pentágono mediante aviones  ultramodernos.
Es ilógico considerar que Corea Democrática pueda ser considerada una amenaza para la región y Estados Unidos en particular, cuando lo que pretende es utilizar el arma atómica como disuasión para evitar una posible agresión, siempre en los planes de la mayor potencia militar del planeta, que desea sacarse la espina de la derrota en la guerra que propugnó a principios de la década de los ’50.
No pudo triunfar pese a que implicó a 14 países aliados bajo la bandera de las Naciones Unidas, pero causó cuatro millones de muertos, la destrucción total de la nación, donde  contaminó química y bacteriológicamente miles de kilómetros.
Estados Unidos perdió oficialmente más de 50 000 hombres y, por primera vez en la historia, no pudo ganar una guerra de agresión. No pudo doblegar a la RPDC, que fue apoyada principalmente por voluntarios chinos, y he aquí que llegamos a lo que considero el quid de la cuestión.
Toda esta situación ha coadyuvado a que Estados Unidos aumente su presencia militar en Asia-Pacífico, sin dudas contra Rusia -una fuerte potencia nuclear-, pero principalmente contra China, que busca de todas maneras una situación de paz que le permita construir un socialismo con características propias y que, ineluctablemente, la llevaría a convertirse en la principal potencia económica del planeta –por encima de Estados Unidos-,  tras ser ya la primera en poseer la mayor cantidad de divisas, superando a Japón.
Así, pese a las palabras del actual presidente norteamericano, Barack Obama, de que todo se resolvería en un ambiente de paz, los hechos, como siempre, demuestran lo contrario. Veamos:           En el contexto coreano, EE.UU. se ha negado a hablar de paz con Pyongyang, y aumenta su potencial atómico allí, sin olvidar que siempre hizo caso omiso a acusaciones y señalamientos de que poseía armas nucleares de todo tipo en sus instalaciones en suelo meridional.
Toda esta parafernalia bélica, subrayo, está dirigida contra China, porque así lo demuestra la mayor actividad bélica norteamericana en Filipinas, el aumento de los navíos estadounidenses en aguas del Pacífico y el incremento de las tropas y medios de combate en Australia.
A pesar de que el presupuesto militar norteamericano es casi diez veces el de China (que tiene una población cuatro veces mayor) y de que Washington planea cada año gastos bélicos récord, Beijing es retratado como una amenaza. Pero no tiene tropas fuera de sus fronteras, mientras hay cientos de miles de soldados estadounidenses estacionados en todos los continentes.
No es ocioso repetir, recordar, que Estados Unidos, a pesar del gigantesco presupuesto que destina a la Armada, de ser el único país en el mundo que despliega sus ejércitos y cuenta con numerosas bases militares en los cinco continentes, sigue desesperadamente buscando pretextos de amenazas y peligros para su seguridad, con el fin de justifican sus intervenciones y favorecer al complejo militar-industrial que tanta necesidad de guerras necesita para poder existir.
Como ejemplo de esto último es la venta millonaria de helicópteros Black Hawk, sistemas antimisiles y planos de submarinos diesel a la isla china de Taiwán, que Beijing considera parte del territorio de la República Popular China
Aunque Washington y Taipei presentaron las transacciones de armas como de una naturaleza estrictamente defensiva, merece la pena recordar que antes se habían llevado a cabo en la Isla las mayores pruebas realizadas hasta entonces de lanzamiento de misiles desde una base secreta y rigurosamente custodiada, con cohetes capaces de alcanzar a las principales ciudades chinas.

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