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Profunda fractura política

10 de diciembre de 2013

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Envalentonados ante la disposición negociadora de la primera ministra, Yingluck Shinawatra, los grupos ultramonárquicos agrupados en el mal llamado Ejército del Pueblo y afines a la burguesía y que contratan a elementos del lumpen-proletariado para sus tropelías, se empeñan en elevar la tensión en Tailandia, con el fin de lograr la dimisión de la Premier, evitar la promulgación de una ley de amnistía y dar al traste con proyectos de la dirigente de limitar sus intereses y favorecer a la mayoritaria población de escasos recursos.
Yingluck admitió estar inquieta por el peligro que constituye esta nueva manifestación de la ultraderecha, que tiene apoyo de los grupos de poder monárquicos y burgueses, y los instó a dialogar con progubernamentales, especialmente los “camisas rojas”, fieles a su hermano Thaksin –en el exilio, luego de ser depuesto por un golpe de Estado en el 2006-, con el objetivo de apaciguar las tensiones.
Para entender algo del panorama tailandés, hay que conocer que su política tiene lugar dentro del marco de una monarquía constitucional democrática, donde el Primer Ministro es el jefe de Gobierno y un monarca hereditario es el jefe de Estado. El poder judicial es independiente de las ramas ejecutiva y legislativa.
Desde 1932, Tailandia ha sido una monarquía constitucional bajo un sistema democrático parlamentario. El país ha existido de alguna forma desde el siglo XIII, pero surgió como un Estado moderno desde la fundación de la dinastía Chakri y la ciudad de Bangkok en 1782.
La denominada Revolución de 1932 puso fin a la monarquía absoluta y la remplazó con un sistema de monarquía constitucional, que no ha impedido desde entonces una sucesión de líderes militares instalados gracias a golpes de Estado, siendo el más reciente el de 2006 contra Thaksin Shinawatra  quien, acusado de corrupción, tuvo que exiliarse en un momento en que contaba con amplias simpatías entre la mayoritaria población pobre. Hasta el momento, Tailandia ha tenido diecisiete constituciones, lo que refleja el alto grado de inestabilidad.
Mientras el secretario general de la Organización de Naciones Unidas, Ban Ki Moon, y la República Popular China expresaron separadamente su respaldo al gobierno tailandés en resolver las diferencias mediante el diálogo, miles de manifestantes volvieron a penetrar en diversos ministros y sedes policiales y militares, en otro intentote forzar a la destitución de la Primera Ministra, quien, no obstante, superó ampliamente una moción de censura en la Cámara Baja del Parlamento y habilitó diversos lugares para que las actividades  ministeriales siguieran funcionando. “No se perdido ni un documento de trabajo”, afirmó, y expresó a medios locales que “son injustas las acusaciones de la oposición contra su Gobierno, un Ejecutivo que, sha protegido la democracia y ha luchado contra la corrupción”.
En este contexto a la acusación del opositor Partido Democrático a la política arrocera gubernamental, por alegada corrupción en el esquema de adquirir cosechas de agricultores para almacenarlas, la Premier replicó que, por el contrario, se realizaron operaciones transparentes que ayudaron a los campesinos a incrementar sus ingresos, y hasta ahora nadie ha mencionado nombres de involucrados en los presuntos actos de corrupción que la oposición denuncia.
De una u otra manera, dura tarea le queda por delante a la primera mujer electa como jefa de Gobierno en Tailandia, de apenas 46 años, con vasta experiencia administrativa, pero no politica en una nación con una profunda fractura política y acechada por los militares.

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