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Prensa yanqui bajo ataque oficial

24 de enero de 2018

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Tal vez sin precedentes en la historia del imperio estadounidense y de las contradicciones internas que se generan en el seno de las clases y grupos dominantes de esa convulsa sociedad, es el enfrentamiento que protagonizan desde los tiempos de la campaña electoral el entorno candidato Donald Trump y algunos de los más importantes e influyente consorcios mediáticos de ese país.

La llegada de Trump a la Casa Blanca recrudeció esas contradicciones entre el nuevo mandatario, envalentonado y desafiante, y esos medios poderosos, aparentemente desconcertados y rencorosos ante la frustración que las supuso no haber podido evitar la ganancia electoral del pintoresco candidato republicano.

Como parte de esa querella de intereses y juego sucio por ambas partes, el presidente instituyó el llamado “Premio de Noticias Falsas” (Fake News Award) que en 2017 otorgó a los que calificó como los medios “más corruptos y sesgados”, entre los que incluyó incluyó a la cadena CNN y a los diarios The New York Times y The Washington Post.

Realmente, al otorgar tales galardones Trump no descubre nada nuevo y simplemente ayuda a confirmar lo que desde hace mucho tiempo otras instituciones y personalidades de todo el mundo han venido denunciando acerca de la llamada “gran prensa” estadounidense y la madeja de intereses económicos y políticos que la mueve en una dirección u otra, según su conveniencia.

Es curioso que mientras el sitio WEB del Partido Republicano dio acogida a la lista de galardonados suministrada por Trump, dos senadores del propio partido y de distinto signo entre sí -Jeff Flake y John Mc Cain, han condenado lo que llaman “asaltos” constantes del mandatario a esos medios establecidos hasta hoy como voceros del poder imperial.

Es difícil predecir desde ahora hasta donde podrá llegar el insólito choque del poder ejecutivo con el poder mediático, sus consecuencias o posibilidades de conciliación una vez que los intereses de ambas partes puedan ser ajustados, un empeño al que no serían ajenos el poder legislativo y los grandes consorcios de la economía como componentes inevitables del Imperio en su conjunto, que busca evitar este tipo de fisuras.

Lo cierto es que el pregonado mito de la “prensa objetiva” o “prensa independiente” con el que –tanto unos como otros– han pretendido intoxicar al mundo, rueda por los suelos y queda desenmascarado como en pocas ocasiones anteriores, en medio de esta sucia querella doméstica, en estos días acrecentada.

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