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Preguntas en una mañana de playa

5 de agosto de 2013

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El calor se ha convertido en un tema recurrente para cada momento de la vida de un cubano. Temperaturas altas que muchas veces se tratan de aliviar en las aguas de una playa, pero… ¿y cuándo sales del agua?
El sol de este agosto se ha encaprichado en ser de los más calientes. Y lo peor, no siempre ni todos nos percatamos del daño que hace a nuestra piel y a nuestra vida cuando nos exponemos a él, tras refrescarnos en la bendita playa.
Pero hay más. Calor que agobia, sol que quema y provoca graves enfermedades, y suciedad en bellas playas expuestas sus arenas a las más incivilizadas acciones de quienes lo tiran todo, aun cuando a menos de un metro tienen un cesto de basura.
En Santa María vi de todo. Mientras me refrescaba como otros cientos en las aguas tibias de un entorno precioso, un grupo —al parecer de una familia más algunos amigos— sentados en la arena, “cogiendo sol”, pelaban mangos sacados de una caja y cada cáscara como cada semilla, eran lanzadas a la arena que ya tomaba otros colores porque también allí o muy cerca de allí, otros habían lanzado latas de cerveza, botellas de ron vacías o desperdicios de comida con cajita y todo.
Y me pregunté: ¿dónde están las autoridades que pueden  al menos poner una multa a quienes realizan semejantes acciones?
Pero nada. Por allí no apareció, al menos en las tres horas que estuve, ni lo más parecido a una autoridad que hiciera cumplir las normas elementales de cuidar lo que es de todos.
Conversé entonces con quienes, desde un tractor y una carreta, recorrían la extensa área arenosa desde Tarará hasta Santa María, e indagué sobre el porqué de tanta basura si ellos llenaban el espacio de su carreta y a las pocas horas todo estaba igual…o peor.
Me acordé entonces de esa palabra patrimonio, tan presente y respetada en lo que, en mi opinión, es la parte más linda de nuestra capital: la Habana Vieja.
Y lo asocié a lo que estaba viendo y oyendo por cuanto también esas playas son patrimonio de la nación y de sus habitantes. Y hay que cuidarlas y hacerlas cuidar.
Me decía uno de los jóvenes que con un gran nylon negro recogía, fundamentalmente, latas de cerveza y botellas de ron vacías, que “aquello era lo de nunca acabar”, porque hasta frente a sus propios ojos las personas tiraban todo tipo de desperdicio a la arena.
Miré a mi alrededor y oí cuando otros que “disfrutaban” del sol, llamaban a un vendedor de tamales (no se si legal o ilegal), que con mucha profesionalidad ofreció su mercancía, abrió las hojas y hasta un pomito con salsa picante puso a disposición de los comensales.
Estos, entusiasmados ante la aparente calidad del producto y el buen nivel de gestión de quien lo ofertaba, fueron devorando uno y otro de los tamales, mientras las amarillas y aun calientes hojas eran tiradas a la arena con toda la impunidad del mundo.
Pregunté a una joven que ya había comido el tamal y ahora tomaba una cristal, por qué no usaba el cesto para echar la basura, tanto ella como quienes estaban en su grupo. No me respondió. Levantó el hombro derecho, me miró como sorprendida de que alguien allí, en aquel paraíso de la indolencia, se interesaba por algo que era tan común como bañarse en la playa, disfrutar sus ricas aguas o “tomar”.
Como mi pregunta no tenía respuesta y como no vi ni conocí a ninguna de las necesarias autoridades que deben al menos multar a quienes cometen actos similares, terminé mi jornada de playa porque, además, ya el horario recomendado para tomar el sol me lo ordenaba.
Allí dejé a esas y otras muchas personas que iban llegando y una buena cantidad de basura y desechos de comida donde hacía apenas 45 minutos habían pasado los trabajadores que la recogen una y otra vez…

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