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Pírrico resultado

17 de febrero de 2015

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No importa que el crecimiento del pasado año y el que se espera en este rebase el 7%, Filipinas sigue sufriendo una enorme desigualdad que opaca sus pocos avances en relación a las perspectivas de cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio,
El frustrado intento golpista de hace unos días contra el presidente Benigno Aquino III solo interesó a la cúpula militar, que aseguró su lealtad al oficialismo, mientras el grueso de la población apenas advierte los propagandizados progresos en reducción de la pobreza, nutrición y acceso al agua potable, así como de los casos de malaria, entre otras enfermedades.
Tema este de gran desconfianza, cuando no ha sido reparada la enorme destrucción causada por un tifón hace dos años, con localidades arrasadas en el centro del archipiélago y cadáveres aun por desenterrada.
De los casi 100 millones de filipinos, el 27,2% se encuentra en la pobreza, según cifras oficiales, que admiten que unas 15 millones de personas sufren “pobreza multidimensional”, es decir, con privación de educación, salud y calidad de vida dentro de una misma familia.
O sea, tan malo o peor que la población que flota en los basureros, escenarios años atrás de derrumbes que sepultaron a miles de personas.
Hay que admitir que el actual mandatario tiene experiencia en administración de empresas y las altas finanzas, por lo cual ha logrado avances desde que asumió en el 2010. No obstante, no hay resultados satisfactorios para el grueso de una nación que muestra desigualdad de género en la salud reproductiva y actividad económica.
Existe una mortalidad materna muy alta, en torno al 230 por cada 100 000 habitantes, y la tasa de maternidad durante la adolescencia es de 45 nacimientos por cada mil nacidos vivos; aunque el porcentaje de mujeres con estudios de educación superior se sitúa dos puntos por encima de la de los hombres, la ocupación de cargos políticos está lejos de alcanzar la paridad, situándose en el 20%, y su participación en el mercado laboral es del 50%, frente al 81%.
Filipinas, país muy inequitativo, cuenta además con un marco de concentración de la pobreza en el ámbito rural (propio de las economías agropecuarias de subsistencia), que provoca a su vez un éxodo masivo a las ciudades. Estas son incapaces de absorber estos flujos y generan una creciente urbanización y la proliferación de barrios marginales sin una adecuada dotación de servicios básicos.
Pese a promesas gubernamentales, la insuficiente mecanización de la agricultura se traduce en la obtención de escaso valor añadido y bajas tasas de productividad en el sector. Aún en muchos casos se da una agricultura de subsistencia y solamente aporta un 15% a la economía.
Si ha habido avances en el sector industrial y los servicios es gracias a su integración a la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático y un tratado de libre comercio con Japón, aunque los logros se pierden en un río de corrupción que desemboca en una mayor pobreza.
Tan es así que el mandatario que prometió combatir la extensa corruptela, ya es sospechoso de estar inmerso en ella, con lo que se hace caso omiso al Papa Francisco, quien, en su reciente viaje a la nación llamó “a reconocer y combatir las causas de la desigualdad y la injusticia, profundamente arraigadas, que deforman el rostro de la sociedad filipina, contradiciendo las enseñanzas de Cristo”.
El pontífice argentino improvisó respecto al discurso que tenía escrito y, hablando en inglés, destacó que “los pobres son el centro del Evangelio”, llamó a  “rechazar las perspectivas mundanas y ver todas las cosas de nuevo a la luz de Cristo, ser los primeros en examinarse la conciencia y reconocer las faltas y pecados”.
De esta manera, explicó, se podrá responder con honestidad e integridad al desafío en una sociedad acostumbrada a la exclusión social, a la polarización y a una desigualdad escandalosa.
A los jóvenes sacerdotes, religiosos y seminaristas, Francisco les instó a mostrar cercanía “a aquellos que, viviendo en medio de una sociedad abrumada por la pobreza y la corrupción, están abatidos, tentados de darse por vencidos, de abandonar los estudios y vivir en las calles”.
Mensaje loable del líder religioso argentino a una nación de enorme mayoría católica, cuyos sucesivos dirigentes apenas esgrimen una gestión, a veces amañada, con pírrico resultado.

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