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Pesadilla en Libia

23 de febrero de 2021

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El ejemplo libio demuestra una ignorancia total de Estados Unidos y sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte al tratar de cambiar regímenes que ni siquiera entienden, sólo por el afán de controlar sus riquezas.

La denominada guerra civil libia –desatada por la agresión imperialista– ha hecho que la nación esté en una virtual anarquía, con dos gobiernos diferentes y la proliferación de entidades terroristas que, como el Estado Islámico, mantienen asoladas regiones donde han sido asesinados o expulsados miles de emigrantes de países africanos vecinos, acogidos por el depuesto gobierno del asesinado Muammar Gadafi.

Han sido diez años continuados de destrucción de la nación que Gadafi convirtió en la más próspera, educada y cuna segura de refugiados de todo el continente.

Ahora, una vez más, algunas naciones, una parte deseosa de controlar Libia, han promovido un encuentro en Egipto para poner de acuerdo a las dos facciones que han integrado gobierno, y hasta se llega a hablar de elecciones en medio del caos.

Para entender la situación de desgajamiento actual, hay que recordar que Libia está conformada por tres zonas históricas. En el noroeste, se encuentra Tripolitana; en el este, Cirenaica —región rica en hidrocarburos y donde están las ciudades de Tobruk y Bengasi— y en el suroeste, la zona desértica de Fisán.

Todas estas regiones fueron reunidas por primera vez bajo el mandato de Italia en 1934, que hizo de Libia su colonia. La historia de este país explica por qué existen en un mismo territorio diferentes dialectos del árabe, un origen distinto, intereses particulares de cada tribu y cada clan, así como diversos grupos étnicos: árabes, bereberes, tuaregs y tubos.

Cuando Gadafi fue asesinado en el 2011, el país, básicamente, fue dividido en muchos territorios controlados por diferentes grupos terroristas. En el 2012, se celebraron elecciones a la Asamblea General de la Nación de Libia, que fueron ganadas por los partidarios de estructuras islamistas. No obstante, su política fue rechazada por la sociedad secularmente orientada, debido a que el ente gobernante era prooccidental.

 

LLEGA HAFTAR

En el 2014, el general Jalifa Haftar, un ex militar del Ejército de Gadafi que desde finales de los 80 pasó a la oposición y se trasladó a EE.UU., declaró el inicio de la Operación Dignidad. Sus fuerzas ocuparon Trípoli en mayo del mismo año.

Haftar organizó las elecciones para un nuevo órgano legislativo: la Cámara de Representantes, pero los islamistas declararon aquellas acciones ilegítimas, convocaron una coalición armada y empezaron la operación Amanecer libio. En el mismo año, estos grupos expulsaron al general y su Parlamento a la ciudad de Tobruk.

El gobierno en Tobruk fue reconocido internacionalmente, y no tuvo el apoyo inicial de Estados Unidos, que temió por el de Rusia a Haftar y su Ejército Nacional Libio. Empero, el gobierno de Trump lo vio con simpatía, porque tenía el respaldo saudita, emiratí y egipcio.

Fue entonces que Washington utilizó a la ONU para que el 31 de marzo de 2016, hiciera funcionar el Gobierno de Unidad Nacional, encabezado en Trípoli por Fayez al Sarraj, en un intento de acabar con la dualidad de poderes y supuestamente contribuir a la solución de la crisis en el país.

Pero esa dualidad prosigue, con elementos gobernantes que enfrentan constantemente a sus ejércitos, con proliferación de bandas mercenarias al servicio de entidades extranjeras que siguen explotando el petróleo libio en la desgarrada nación.

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