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Paradojas en Tailandia

26 de mayo de 2014

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De nuevo los militares se hicieron presentes en Tailandia, mediante un golpe de Estado bajo el pretexto de eliminar las manifestaciones que han mantenido en vilo a esa nación asiática, en tanto decretó la ley marcial y detuvo a unas cien figuras políticas, entre ellas la ex primera ministra Yingluck Shinawatra, quien fue retirada del cargo  a inicios del mes por la Corte Constitucional.
No estaba claro cuáles eran las intenciones de la junta militar con estas detenciones, las cuales, indicó, fueron emitidas para “mantener la paz y el orden, y resolver problemas del país”.
Pero antes del golpe militar, lo que no pudieron conseguir manifestaciones promovidas por la ultraderecha, un clero temeroso de perder sus privilegios, compañías madereras extranjeras y una jerarquía real que nunca la vio con buenos ojos, lo pudo realizar el tribunal constitucional de Tailandia, al aceptar un recurso de abuso de poder presentado hace tres años, con el fin de deponer a la Yingluck.
Lo paradójico es que las propias autoridades tailandesas fueron incapaces de hacer cumplir tres ordenes de detención contra el líder de las protestas antigubernamentales, Suthep Thaugsuban, señalado como el autor intelectual de la muerte de centenares de personas, heridas a miles y la destrucción de gran parte del centro de Bangkok, la capital.
Yingluck era vista con malos ojos por una oligarquía que en complicidad con empresas extranjeras explota extensas zonas fronterizas entre Tailandia y Cambodia, donde el ejército de Bangkok dio muerte recientemente a por lo menos 15 cambodianos, bajo la acusación de contrabando de madera.
“Le hemos pedido (al ejército de Tailandia) que no dispare a matar, que capture y multe a los contrabandistas, pero ellos continúan matando. Ya no sabemos que hacer”, apunto el comandante cambodiano Pen Song.
Asimismo, intentó llevar la paz al sur del país, donde existe una rebelión armada de la minoría islámica en por lo menos tres provincias.
Sus medidas para favorecer a los propietarios y trabajadores rurales fueron otro motivo para ganarse la antipatía de quienes quieren mantener el control de la producción de arroz, rubro en el que Tailandia ejerce la supremacía mundial.
Tailandia arrastra una grave crisis desde el golpe militar incruento que en el 2006 derrocó a Thaksin Shinawatra, hermano mayor de la hoy depuesta Yingluck.
Desde entonces, los detractores y partidarios de Thaksin utilizan las movilizaciones populares para derribar al gobierno de turno.
Independientemente de las consideraciones antes expuestas, causantes del malestar de la clase alta, el más reciente detonante fue la ley de amnistía, cuyos detractores, respaldados por la mayoría de los medios de comunicación, alegaron que permitiría el regreso de Thaksin
Yingluck Shinawatra argumentó, sin embargo, que su objetivo era favorecer la reconciliación nacional, pero ello no impidió un clima de protestas en Bangkok, no solo contra la ley, sino para derrocar al Ejecutivo, cuestión que se logró ahora por una decisión judicial, que logró el respaldo de  Bhumibol Ayuldadej, de 85 años, quien es desde 1946 el rey de un país que ha tenido cerca de 20 Constituciones en menos de 80 años.
Ahora, con el golpe de Estado, se trata, reitero,  de eliminar las manifestaciones, pero principalmente las de los “Camisas Rojas”,  partidarios de Yingluck, creados en respaldo a Thaksin Shinawatra, derribado hace ocho años por un golpe militar mientras se encontraba en Londres, en viaje hacia La Habana, donde participaría en la Reunión Cumbre del Movimiento de Países No Alineados.

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