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No todo está perdido

23 de octubre de 2018

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Aunque las encuestas son generalmente veleidosas, las más recientes sobre la segunda vuelta de las elecciones en Brasil, el próximo domingo, reflejan un fuerte acortamiento de 18% a 6%de la distancia que separa al candidato progresista Fernando Haddad del ultrarreaccionario Jair Bolsonaro.

Mucho ha tenido que ver la denuncia acerca de los métodos fraudulentos utilizados por elementos oligárquicos para difundir mentiras sobre el Partido de los Trabajadores (PT) y Haddad en las redes sociales y el apoyo del tercer candidato más votado en la primera vuelta, Ciro Gomes (12%, unos 13 millones de votos) a lo cual se le agregó el de agrupaciones marxistas que no votaron entonces.

Este crecente apoyo a Haddad, al PT y al encarcelado injustamente Luiz Inácio Lula da Silva ha quedado constatado en manifestaciones en más de cien ciudades del país, al tiempo que Bolsonaro, quien trata de esconder en algo su conocida postura fascista, repitió la cantinela de que no reconocería su derrota, lo que abre a conjeturas sobre cualquier acción de sus padrinos militares o de alguna que otra triquiñuela en la votación electrónica, que no ofrece garantías como la de los comicios venezolanos.

Cierto que errores del PT en el curso de sus gobiernos y no consecuente seguimiento a sus éxitos sociales, como el de sacar a más de 30 millones de brasileños de la pobreza, fueron aprovechados por la campaña tergiversadora de una oposición sobre una masa que le faltaba, le falta, politización, que ayudó a encumbrar a un Bolsonaro virtualmente desconocido, repitente de consignas racistas, homofóbicas, etcétera, huyéndole a los debates televisivos y amenazando solapadamente con un golpe militar de “mis amigos comandantes”

De ahí que esta primera vuelta, manipulada, manoseada, corno un golpe institucional –un golpe dentro del golpe, definió el especialista Mario Santucho en la revista Crisis– tuvo lugar con innumerables ataques a los derechos democráticos, como la proscripción y cárcel del principal candidato –Lula–, tutela del partido judicial, amenaza militar y manejo tras bambalinas de algunos de los componentes del tribunal electoral.

Otro especialista, Andrés Alamud, sintetizó con cierta ironía, pero con bastante sagacidad la paradoja actual en Brasil entre “elegir a un fascista de verdad, creyendo que es de mentira, por miedo a un comunismo de mentira que creen que es de verdad”.

Seguramente, hay divergencias (políticas, sociales e históricas entre la apuesta bolsonarista y el fascismo clásico, entre otras cosas, porque es más inestable, pero lo indiscutible es el componente fascistizante que tiene su perspectiva.

El desafío ultraderechista tiene un componente impredecible y la distancia entre las palabras y las cosas, entre el dicho y el hecho o entre el discurso y la acción no se dirimirá en el terreno del análisis, sino en el de la lucha. Y es importante señalar que el centro de gravedad estará de cualquier manera en la calle, porque si gana Bolsonaro saldrá fortalecido con la ocupación del Estado; si pierde, ¿quién puede asegurar que él y su banda se irán a casa tranquilos?

De todas maneras, ofrece aliento conocer que la distancia entre ambos candidatos se va acortando, por lo cual las fuerzas progresistas tienen que hacer un esfuerzo supremo entre el 28% de personas que no acudieron a votar, con el fin de lograr la derrota del ex militar, porque es necesario que Brasil sea un escenario limpio y de ejemplo para el resto de América Latina.

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