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No hay que confiarse

17 de septiembre de 2018

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Los más recientes sondeos de opinión con vistas a las próximas elecciones de medio término en noviembre próximo en Estados Unidos indican lo mismo: la impopularidad del presidente Donald Trump sigue subiendo, la izquierda en la oposición demócrata va ganando espacio y el gobernante Partido Republicano perderá la mayoría en la Cámara de Representantes, aunque la conservará estrechamente en el Senado.

Pero la realidad muestra que no se puede confiar en las encuestas de primera mano, porque lo mismo muestra una tendencia que no es real, aunque nadie discute que Trump, un individuo controvertido, es capaz de generar los peores instintos.

Hay que recordar que cuando las elecciones presidenciales más recientes, por el actual mandatario no apostaba casi ningún factor mediático, pero manejó inteligentemente una política para atraerse a los frustrados y desempleados trabajadores de los estados donde se otorgaban mayores votos electorales, y triunfó, aunque su oponente, Hlllary Clinton, obtuvo casi tres millones más de sufragios populares.

Ahora tiene la desventaja de que los votos electorales no cuentan, y si el conteo de cada popular (si se cuenta bien), con el fin de elegir a quienes estarán representados en el legislativo.

Y aunque conocemos que el pensamiento del Presidente representa lo más retrógrado que se pueda imaginar, su lenguaje populista ha calado en sectores marginados anteriormente y que ahora han encontrado empleo, gracias a que logró aprobar una menor imposición a los ricos, quienes le pagaron con la apertura de nuevos centros de trabajo.

Ello hizo bajar el desempleo a la cifra record de 3,9%, fueron creados cientos de miles de empleos –hasta 233 000 en un mes– y aprovechó el crecimiento económico sostenible desde el 2009, para aumentar sus simpatías en las filas de la mayoría blanca racista del país.

Así, cuenta con el apoyo del 70% de esa población, entre los cuales se hallan sus “cúmbilas” del Ku Klux Klan y el resto de los supremacistas, y una masa siempre olvidada del lumpen proletariado que, en su ignorancia y falta de educación laboral, hallan en él a un ancla salvadora.

Todo esto puede al final favorecer a los candidatos del Partido Republicano, contra quienes el ala progresista del Demócrata ha fortalecido su mensaje a la nación, por primera vez en mucho tiempo.

Es decir, no hay nada ganado, aunque las ideas más claras están en ese grupo progresista demócrata, así como en los independientes que aspiran a ocupar curules en ambas cámaras.

Una muestra de ello es la declaración del conocido y buen actor cómico Jim Carrey, quien expresó muy seriamente en la noche del jueves 13 que el único camino posible es el del socialismo.

Pero independientemente de que bando resulte triunfador y de si se castigará o no a la política interna racista y xenófoba interna de Donald Trump, un consumado halcón en la externa, las primarias que tuvieron lugar en agosto pasado se convirtieron en otro reflejo de la polarización del país de cara a las elecciones de medio término de noviembre próximo.

Mientras los demócratas optan por la diversidad y respaldaron a la primera candidata transexual para ser gobernadora, los republicanos rechazaron a un miembro de la vieja guarda y cerraron filas detrás de la ideología de Donald Trump.

 

 

Apuesta contra Trump

En su búsqueda por intentar arrebatar a los republicanos el control del Congreso, los electores demócratas apostaron por las mujeres y las minorías en las primarias que se celebraron en cuatro estados.

En Vermont, respaldaron a la primera mujer transexual que optará al cargo de gobernadora, Christine Hallquist; en Minnesota, a Ilhan Omar, quien podría ser la primera somalí-norteamericana del Congreso, y en Connecticut nominaron a Jahana Hayes, una maestra que podría convertirse en la primera mujer afroestadounidense en el Congreso estatal.

Además, la musulmana Rashida Tlaib ganó las internas demócratas en el estado de Michigan, que tiene una de las comunidades musulmanas más grandes de Estados Unidos.

Por el lado de los republicanos, hay muestras de que Trump afianzó su control dentro del partido.

Tim Pawlenty, quien fue gobernador de Minnesota en dos mandatos y una de las caras más críticas hacia el presidente, fue derrotado en su intento de regresar a la política. Después de la votación, resumió lo sucedido. “El Partido Republicano ha cambiado. Esta es la era de Trump, y simplemente no soy un político de Trump”.

Se une a varias “estrellas emergentes” que incluyen, entre otros, al ex gobernador de Florida Jeb Bush y a los senadores Jeff Flake y Bob Corker. Todos ellos hablaron en contra de Trump durante la campaña del 2016: perdieron, fueron marginados o se vieron forzados a jubilarse como resultado directo de esa decisión. En general, casi todos los estados del país han optado por los candidatos del presidente.

En Wisconsin, el gobernador Scott Walker, que recibió el respaldo de Trump esta semana, buscará la reelección por tercera vez.

El politólogo Paul Waldman escribió en una columna en el diario The Washington Post que la elección dejó en claro dos visiones distintas de país:

“Lo que tenemos aquí es un Partido Demócrata que abraza una visión de un Estados Unidos más diverso, tanto porque se beneficiará de ello políticamente como porque sus miembros ven esa diversidad como algo intrínsecamente bueno. Y tenemos un Partido Republicano que piensa que el futuro está en el aumento de las restricciones a la inmigración, en más deportaciones y en un país menos diverso, tanto porque se beneficiaría políticamente, como porque sus miembros ven ese futuro como algo intrínsecamente bueno”.

Sin embargo, para el diario The New York Times la estrategia de los demócratas puede ser algo riesgosa, ya que en vez de apostar por un mensaje más unificado o una estrategia nacional, el partido está dejando que los candidatos decidan su propia agenda.

En este sentido tiene razón, y ello puede debilitar el frente antirrepublicano, nada progresista, pero más prometedor que la actual agenda política que está imponiendo el actual mandatario.

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