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No hay plazas vacantes

12 de octubre de 2017

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Ante la cercanía del fin de año viene a mi mente una imagen contemplada hace más de dos décadas en Madrid, a solo unos metros de la muy conocida Puerta de Alcalá, donde un hombre relativamente joven, sentado en el suelo y recostado a una pared, portaba un letrero en el que reclamaba: No pido limosnas, solo quiero que me ayuden a conseguir un empleo para poder mantener a mi familia.

El llamado no podía ignorarse, aunque la multitud que paseaba por la avenida parecía no verlo, cegada quizás por las luces que cubrían la calle, las vidrieras y sus anuncios lumínicos, que invitaban a los paseantes a comprar los regalos para sus seres queridos ante la llegada de la Navidad.

Ello me motiva ahora a tratar uno de los problemas que se afronta actualmente no solo en Europa, sino también en América Latina y el Caribe: el desempleo, que en ocasiones y según las estadísticas de organismos especializados, pareciera que no existe, o es un mal menor.

Sin embargo, en las principales capitales de la región el fenómeno es visible. Ciudad México, Buenos Aires, Sao Paulo, en fin, no es que las personas lleven una identificación como desempleadas, pero se les puede ver haciendo colas, día tras día, en las oficinas o en las puertas de las grandes fábricas, que casi siempre los recibe con el conocido letrero de no hay plazas vacantes.

Las frías estadísticas no son capaces de reflejar el sufrimiento y las penurias en que viven millones de latinoamericanos y caribeños debido a la pobreza y la indigencia. A mediados de junio de 2016, en Ciudad Panamá se alertaba sobre la recaída de entre 23 y 25 millones de ciudadanos con edad laboral, muchos de ellos jóvenes y mujeres, quienes tienen en la actualidad una inserción laboral precaria en los sectores de servicios y forman parte de un grupo mayor, de 220 millones de personas, es decir, un 38 por ciento de los que son vulnerables.

Ahora empeora tal situación al incorporarse más personas al ejército de parados. Muchos son jóvenes recién graduados de carreras universitarias que se ven obligados a emigrar a otras tierras en busca de empleo. Los que deciden quedarse engrosan de inmediato las estadísticas de los parados o empiezan a laborar a tiempo parcial en pequeños negocios. Quienes la pasan peor son los que, desesperados, se unen a bandas criminales y se convierten en delincuentes comunes o estafadores, de acuerdo con su nivel cultural.

Más de la mitad de los trabajadores en la región son asalariados en microempresas con menos de cinco puestos de trabajo, autoempleados sin calificación. Asimismo, de las más de 50 millones de empresas pequeñas y medianas, el 70 por ciento son informales, y dos de cada tres nuevos trabajos creados en la zona fueron en el sector de servicios, que tiene baja productividad y altas tasas de informalidad. No es necesario precisar que todos aparecen en las estadísticas como personal asalariado.

La situación sin embargo se agrava, sobre todo por el peso que tienen Argentina y Brasil y las políticas neoliberales que los actuales gobiernos de esas naciones llevan a cabo y que solo traen desocupación y más pobreza a la mayoría de sus respectivos pueblos.

Viajando mentalmente sobre el Atlántico para llegar a España, uno se pregunta al aterrizar si aquel buen señor que no pedía limosnas, sino ayuda para lograr un trabajo, pudo o no encontrar uno digno, aunque mejor sería indagar si sus nietos forman parte de los cientos y cientos de españoles que, en busca de trabajo, se desplazan a otras naciones europeas, especialmente a Alemania.

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