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No hay peor ciego…

18 de diciembre de 2018

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… que él no quiere ver, y así Estados Unidos, además de la guerra comercial que ha emprendido contra China, ha vuelto a intentar el apoyo a grupos contrarrevolucionarios que con métodos terroristas intentan escindir al Tibet.

No es la primera vez y pienso que no será la última, mientras el imperialismo prosiga con su política de socavar los derechos humanos en cualquier país, grande o chico, que perturbe sus intereses hegemónicos.

Aún recuerdo los videos de una anterior intentona contrarrevolucionaria en la región autónoma en los que elementos desafectos utilizaban métodos vandálicos para crear el terror, incluso quemando vivas a cuatro jóvenes trabajadoras de un comercio en Lhasa.

Pero más rápidamente que en aquella ocasión, los vándalos han sido neutralizados en pocas horas, gracias a la respuesta conjunta de las autoridades y el pueblo, agradecido al gobierno central por haber sacado del ostracismo explotador a la región centenariamente olvidada.

Grandes obras, como el ferrocarril Qinghai-Tibet, han sacado del aislamiento a la región, y el crecimiento en más de cien veces del Producto Interno Bruto desde la liberación indica mejora en la calidad de vida.

El salto adelante comenzó en 1951, cuando los revolucionarios llegaron al poder en el Tibet, que en los dos siglos anteriores nunca había sido reconocido como un país independiente, y sí como una parte de China. Ya en 1950 la India había afirmado que era parte integrante de China, y Gran Bretaña, que tenía allí una posición privilegiada, lo admitió. Estados Unidos vacilaba, pero tras la Segunda Guerra Mundial, quiso hacer del Tibet un enclave religioso contra el comunismo, La elite tibetana aceptó el acuerdo de negociar con China una “liberación pacífica”, pero todo cambió con la aplicación de la reforma agraria en 1956, por lo que los hasta entonces privilegiados coadyuvaron al levantamiento armado de 1959, que durante dos años fue preparado minuciosamente por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos.

Esto aparece claramente en “La guerra secreta de la CIA en el Tibet”, de Kenneth Conbov, sobre la cual escribió el especialista William Leary: “Un estudio excelente e impresionante sobre una de las operaciones secretas de la CIA más importante durante la Guerra Fría”. A su vez, Mikel Dunham explicó en “Los guerreros de Buda – La historia de los combatientes tibetanos de la libertad apoyados por la CIA”, como la Agencia trasladó y entrenó a cientos de tibetanos en EE.UU., lanzó paracaídas cargados con pertrechos militares sobre su territorio y les enseñó a utilizar armas de fuego mientras montaban a caballo. El prólogo de la obra —no hay porqué asombrarse— es del Dalai Lama: “… siempre he admirado a estos combatientes por la libertad, por su valor y su determinación inquebrantables”.

Esta figura, que coadyuvó a mantener acciones de protesta contra los Juegos Olímpicos de Beijing, fue condecorada en la época de la presidencia de George W. Bush, y ensalzad por representantes estadounidenses lo ensalzan y tratan de hacer olvidar que un millón de chinos fueron liberados del vasallaje hace cinco décadas, y que con el establecimiento de la Región Autónoma del Tibet, el Gobierno central abolió un sistema jerárquico y teocrático, con el Dalai Lama al frente.

Fue entonces que se comenzó a tratar a los tibetanos como seres humanos.

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