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No es malo… es peor

2 de noviembre de 2017

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Cuando el controvertido, pero siempre aviesamente abierto reaccionario Donald Trump asumió la Presidencia de Estados Unidos, llegó a confundir a algunos que lo tildaron de mal menor comparado con la falsa demócrata Hillary Clinton, pero, realmente, aunque ambos viajan en el mismo vehículo imperial, el colorado y regordete se llevó las palmas de lo peor que existe en Estados Unidos, en la que se incluye, por supuesto, la gusanera miamense de origen cubano.

Meses después, tras un retraimiento sobre Cuba, durante el cual rechazó todo lo que pudiera parecer obamístico –porque no cumplía los requisitos de quienes le sostienen– enseño sus orejas contra la Revolución Cubana, quitando toda esperanza de mejorar las relaciones que, hay que reconocerlo, accedió valientemente el anterior mandatario hace unos dos años.

La cuestión es que hasta en la votación de Naciones Unidas sobre la proposición cubana contra el bloqueo volvieron a aparecer los votos en contra de su mentor norteamericano y de su principal aliado israelí, y una serie de decisiones internas pare llevar a la Ley Helms-Burton hasta sus últimas consecuencias, con tal de atormentar al pueblo cubano y llevarlo inútilmente a rechazar los valores y principios éticos preconizados por Martí y Fidel.

El engendro codifica el bloqueo y regula jurídicamente la realización de las relaciones exteriores y la diplomacia de EE.UU. hacia Cuba, que hasta ese momento eran funciones del Presidente y el poder ejecutivo, que pueden hacerlo con el resto del mundo, como han hecho desde la independencia norteamericana, pero 220 años después le quitaron esa potestad con Cuba, al convertirla en coto privado de la minoría derechista que influye enormemente en la política estadounidense: el segmento batistiano y más odioso de la mafia miamense.

Codificó el bloqueo, lo cual significa que se convierten en ley todas las medidas de presión económicas adoptadas por el Ejecutivo en relación con Cuba, de manera que el Presidente ya no pueda cambiarla, aunque con Trump no se hace necesario.

En ningún campo de la economía cubana pueden participar las empresas de cualquier parte del mundo, incluidas las más neoliberales, por decisión del Congreso de EE.UU.

De manera arrogante y grosera legitima el espionaje sobre el particular. Además, fiscaliza la ayuda humanitaria que reciba Cuba y quien la aporta, la identificación de los socios comerciales, la descripción del comercio, las empresas mixtas establecidas o en estudio, la ubicación de las instalaciones y una descripción de las condiciones de acuerdo de constitución y los hombres de negocios que la integran. Por supuesto, se prohíbe que las producciones de esas empresas entren en Estados Unidos.

Esa legislación prohíbe el cumplimiento de la Primera Enmienda de la Constitución estadounidense que establece la libertad de movimientos de sus ciudadanos, quienes no pueden viajar libremente a Cuba.

George W. Bush y su equipo, inspirados en esta ley, definieron cuales eran las relaciones de familia de los emigrados cubanos y llegaron a prohibir los bajes y las remesas familiares, así como traer al regreso suvenires comprados en Cuba.

Obama los restableció en abril del 2009 y, aunque limitadamente, se establecieron avances en estas relaciones, que mejoraron con las relaciones diplomáticas.

Pero ahora con Trump comenzó el retroceso en los avances que se habían logrado y se emprende una nueva carrera para revertir lo logrado, enmarcada y puesta a disposición de quienes practican la política de odio contra Cuba.

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