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No confiarse

23 de agosto de 2016

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Sé que el poder tergiversador de una información bien manejada y estructurada hace mucho daño, pero me resisto a creer que a un presidente como Evo Morales no se le haya permitido acceder a una reelección, y más cuando en sus “peores” momentos tenga el 52% de la aceptación popular, como se informó esta semana.
Sé que la campaña contra él fue y sigue siendo violenta, que los todavía vigentes magnates industriales tengan influencia en ciertas regiones del país, pero conocemos que la mayoritaria masa indígena, miles de mineros y humildes trabajadores en general lo siguen fielmente, conocedores de que los olvidados de antes no lo son ahora en Bolivia.
El hecho adquiere relieve debido al avance neoliberal sobre gobiernos progresistas, algunos de los cuales fueron víctimas de traición de quienes decían apoyarlos, además de que varias de sus políticas erróneas -todas la cuales eran factibles de subsanamiento- fueron aprovechadas por quienes desde los medios de comunicación siguen los dictados imperialistas.
Las cifras a favor de su gobierno no mienten, y adquieren mayor relieve por el reconocimiento incluso del Fondo Monetario Internacional (FMI), al que Evo le impidió tomar decisiones sobre cuestiones de interés nacional y, finalmente, expulsó del país.
Durante su mandato, dos millones de bolivianos dejaron de ser pobres, la nación se alfabetizó, la atención a la salud llegó a los parajes más difíciles y la población autóctona se sintió orgullosa de tener un presidente, el primero indígena en la historia del país.
Evo ha sorteado situaciones difíciles, como el haber derrotado un intento de golpe de Estado y lograr posteriormente la lealtad de unas fuerzas armadas que tenían un pasado no muy limpio, si pensamos en su penetración por la Agencia Central de Inteligencia y su participación en el asesinato de Ernesto Che Guevara, cuando se encontraba inerme y herido, hecho que me hizo recordar una frase de Fidel en el entierro del policía Rolando Pérez Quintosa (así se llama mi Comité de Defensa de la Revolución):”Asesinar es repugnante… Asesinar a un hombre desarmado y amarrado, es monstruoso”.
A todas las vilezas pasadas y presentes se enfrentó Evo, quien condujo sabiamente a su país a una independencia política y económica nunca vivida allí, con el aditamento social del que se puede enorgullecer.

 

DE BOLIVIA SE PUEDE APRENDER

 

En medio de constantes y diversas olas de crisis económica mundial, el dirigente boliviano supo capear la situación, de tal forma que su enemigo FMI admitió que de Bolivia se podía aprender, y más cuando se situó en el segundo lugar del crecimiento económico del continente, que ha mantenido regularmente.
No fue un milagro, ni un producto de hallazgos de riquezas minerales en el subsuelo, ni de utilizar procedimientos ilegales, como el lavado de dinero, que son virtualmente santificadas en naciones con regímenes venales.
La fórmula boliviana -que debían haber sido estudiada por gobiernos amigos- consiste en adoptar políticas macroeconómicas más prudentes y establecer instituciones que les permitan poner fin a las políticas fiscales procíclicas, a fin de aislar su economía de las oscilaciones bruscas de los precios de las materias primas.
Además, el ejemplo de Bolivia mostró que una gestión cuidadosa de los ingresos generados por los productos energéticos es perfectamente compatible con un gasto social correctamente focalizado y que genera importantes réditos en términos de estabilidad.
Difícil le fue al FMI reconocer lo correcto de la política de Evo, quien, además de expulsarlo del país, como mencionamos, adoptó políticas distintas a las neoliberales, nacionalizó el gas y el petróleo, logró la renegociación de la deuda, absolviendo grandes pérdidas, sí, pero librándose de una gran parte del mal y convirtiéndose, subrayo, en uno de los países con mayor tasa de crecimiento en América Latina.
Por esto y por muchas cosas más favorables a la nación, al pueblo, todavía me pregunto si fue la extrema confianza la que dio margen al enemigo para impedir una nueva postulación del único presidente honesto y revolucionario (es un sinónimo, diría el Che) que ha tenido Bolivia.

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