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No basta con los billones

24 de julio de 2020

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La condición de ser el país más rico del mundo y ser precisamente allí donde se imprima la moneda hasta ahora patrón mundial —el dólar— hace de Estados Unidos una nación para muchos inmune a cualquier crisis.
Pero, sin embargo, no lo es y así ha quedado demostrado en solo unos cuatro meses de la pandemia de la COVID-19.
De acuerdo con información aparecida en el sitio Yahoo Finanzas, el Congreso estadounidense ha autorizado 3,6 billones de dólares de estímulos económicos para compensar el coste del confinamiento y los cierres comerciales.
Y es precisamente en este punto donde se ha destapado un gran cuestionamiento a la política económica de esa nación.
Los analistas consideran que de Trump haber dado respuesta correcta al enfrentamiento al virus al aparecer los primeros casos, seguramente ahora ya estuviera bajo control y por tanto la cantidad de infestados y fallecidos sería menor.
De igual forma, hubiesen disminuido el desempleo y la crisis de manera general.
Pero no fue así, Trump actuó y lo ha seguido haciendo, de manera irresponsable, y en la actualidad, durante los últimos 41 días, se han producido nuevos brotes de la COVID-19, y también nuevos récord de esta enfermedad, lo que es evaluado como el peor resultado entre todos los países afectados por la pandemia.
«Ahora la recesión se prolongará más de lo que debería y en vez de regresar de manera prudente a algo parecido a la normalidad, nos estamos volviendo dependientes de los préstamos federales para mantener la economía a flote», señala el citado reporte financiero aparecido en Yahoo.
Se asegura en el reporte que, a finales de marzo, cuando el Congreso aprobó el primer gran proyecto de ley de estímulo, la administración Trump debió haber aplicado medidas estrictas a nivel nacional para contener el virus, incluido el uso obligatorio de mascarillas cuando las tasas de infección superaran cierto umbral. De igual manera el mandatario debió haber puesto en marcha el programa de pruebas de coronavirus más agresivo del mundo en el mismo momento en que se evidenció la escasez de test, al comienzo de la crisis, en vez de eludir su responsabilidad y decirle a los estados que lo gestionaran por su cuenta.
Por su parte, los gobernadores y alcaldes debieron haber cumplido, en vez de dedicarse a diseñar políticas de cosecha propia que fracasaron rotundamente en evitar que las personas cruzaran las fronteras y llevaran el virus consigo.
De forma positiva se resalta el caso de Nueva York, epicentro del brote en marzo y abril, con las tasas más altas de infección y mortalidad del país y donde el gobernador impuso estrictas medidas de confinamiento y estableció un calendario de reapertura directamente relacionado con la disminución de las tasas de contagio y hospitalización.
En ese Estado, las mascarillas se volvieron obligatorias en la mayoría de los lugares públicos y no se produjo una gran oposición tonta a la medida, ni quejas aduciendo que todo era un «engaño». Ahora las tasas de infección en Nueva York son bajas, incluso con la apertura de tiendas, restaurantes y parques.
Ha quedado demostrado que la tardía respuesta de Trump ante la pandemia, ha provocado en ese país que hasta el día de hoy 23 de julio, los contagiados con la COVID-19 superen los 4 millones y los fallecidos a causa de la pandemia lleguen a más de 144 000.
No bastan los billones de dólares que se asignen ahora, cuando en realidad la situación pudo controlarse desde un primer momento.

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