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Ni representativa ni participativa

12 de julio de 2017

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Se habla mucho de democracia, pero en nuestro continente esta va en picada con el menosprecio y la ejecución de “golpes blandos” de los entes del neoliberalismo contra gobiernos progresistas, mediante el propio instrumento eleccionario o la confabulación de corruptos poderes para deponer a líderes considerados molestos a intereses oligárquicos y de las transnacionales.

Eso ha hecho que crezca mucho la apatía, el “dejar hacer”, a lo que han contribuido en grado sumo los monopolios de la desinformación, que se aprovechan del bajo nivel educativo y la pobreza, pero no logran ocultar la falta de credibilidad en los comicios y el desprestigio de los partidos políticos.

Existen órganos que tratan de medir la creencia popular en esta democracia que no tiene nada de representativa y que es mucho menos participativa, y algunos de ellos que no tienen nada de izquierda, como el denominado Latinobarómetro, con sede en Chile, reconoce a Venezuela como el país donde la población cree más en la democracia (77%) y Honduras el de menos (6%).

México constituye un hecho singular, al tener solo al 37% de su población que cree en la democracia, mucho menos que en anteriores gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón.

En ello juega el narcotráfico, la continuada violencia, la aprobación de impopulares reformas energéticas y estructurales, el funcionamiento elitista de la clase política, la indiferencia, el malestar, la falta de identificación de los sectores sociales con el manejo de los asuntos públicos.

Arturo Jiménez escribe en el diario mexicano La Jornada que la crisis de los partidos políticos en México es reconocida de manera unánime e incluso estos ocupan el último lugar de la confianza en las instituciones.

Esta crisis de credibilidad puede obedecer a la ausencia de democracia interna y el desdibujamiento de su orientación ideológica, que impide al ciudadano comúndistinguir a unos de otros.

Cierto que ahora han surgido algunos partidos o alianzas que tratan de no parecerse a ningún otro, pero lo que más abunda son corrimientos oportunistas al centro-izquierda o centro-derecha en busca de más votos, con alianzas increíbles que las descalifican.

.Lorenzo Meyer, investigador de El Colegio de México comenta que, al no ser representados, el papel de los partidos como actores de un proceso democrático, no es central, por lo cual “la tendencia es hacer del juego político un juego de los pocos…, donde las movilizaciones sociales son más un peligro que una parte del juego democrático”.

Eso hace que México ocupe el primer lugar en Latinoamérica en que la mayoría de sus ciudadanos considere que la democracia poder funcionar sin los partidos políticos y sin el Congreso.

Nada de extrañar cuando existe una violencia institucionalizada, que fragmentiza el equilibrio y la confianza en las instituciones, lo cual avala Enrique Dussel en su libro Carta a los indignados: “Sin la participación organizada que le fije los fines y fiscaliza su acción de gobierno (la democracia representativa) se corromper, cae en la impunidad, en la dictadura y en el monopolio político de los partidos”.

Y es que la dirigencia partidista tiende a menospreciar a sus militantes y toma decisiones unilaterales y cupurales, al margen de esas bases o manipulándolas bajo esquemas de simulación, como en la selección de candidatos para cargos de elección.

Nada debe extrañar cuando se conoce que los partidos políticos son controlados por una minoría de políticos profesionales y funcionan para defender sus privilegios. Viven de la política y no ara la política.

Y esto es que solo hemos tratado este problema, brevemente, en América Latina, específicamente en México, antes considerado como ejemplo de democracia representativa y participativa. Perohay que ver las altas tasas de abstencionismo en Estados Unidos y la Unión Europea para confirmar esta crisis.

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